LA ALACENA - Juan Eugenio Hartzenbusch


Caminando un Relator 
Del Consejo de Ultramar,
Hizo noche en un lugar
En casa de un labrador.

En servicio del viajero
Iba un paje maragato,
Mozo de excelente olfato,
Y excelente majadero.

Cenaron en paz de Dios,
Trataron de madrugar,
Y hubieron se de acostar
En una alcoba los dos.

Veíanse en los costados
De la estancia, frente a frente,
Iguales perfectamente,
Cuatro postigos cerrados.

El un par era un balcón;
El otro correspondía
A una alacena, en que había
Seis quesos de Villalón.

Cogió el sueño tarde y mal
El Relator, y durmiendo
Creyó sentir el estruendo
De un turbión descomunal.

Despertó, y al camarada
Le dijo: “Ved si el oriente
Clarea, y si da el ambiente
Olor de tierra mojada.”

Saltó el paje de su lecho,
Y a tientas de mano y pie,
Por ir al balcón, se fue
A la alacena derecho.

Abrió, zampó la cabeza;
Y aunque miró y remiró,
Tan negro el boquete halló
Como el resto de la pieza.

Pero un olor en seguida
Percibió en aquel recinto,
Que le pareció distinto
Del de tierra humedecida.

Y levantando ex profeso
La voz el muy avestruz,
Dijo: “Ni lluvia, ni luz:
Está oscuro y huele a queso.”

Así, ciega y tontamente,
Críticas hacen famosas
Los que no miran las cosas
Desde el punto conveniente.

Tacha de oscuro y condena
Tal concepto Santillana;
Y es que huye de la ventana,
Y se asoma a la alacena.


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