EL REMENDÓN Y EL BANQUERO - Juan de La Fontaine


La gente rica no suele ser la más feliz, pues de ordinario su misma riqueza les ocasiona inquietudes y desazones que no perturban el humilde vivir de los pobres. Tal es la moraleja de esta fábula del célebre poeta francés Juan de La Fontaine (1621-1695), quien pinta a un pobre zapatero remendón, completamente satisfecho mientras no tuvo más que su trabajo diario, pero que perdió toda su natural alegría y sosiego, en cuanto su vecino, un banquero, le regaló cien ducados. El honrado menestral, queriendo recuperar su tranquilidad anterior, no vaciló en devolver el valioso regalo, estimando más la paz y el contento de su espíritu que la inquietud del que a cada instante teme ser robado.

Desde el alba a la noche
Cantaba un zapatero a troche y moche,
Y era una maravilla
El verle y el oirle
El cuero machacando en pobre silla
Contento como aquel que el bien aprecia,
Más que los siete sabios de la Grecia.

Su vecino, un banquero,
Era al revés, porque cantaba poco,
Durmiendo mucho menos que el artista;
Y cuando al alba el sueño conciliaba,
La voz del zapatero
En sus cansados ojos lo ahuyentaba,
Y un cargo hacía a Dios, que no dispuso
Que el sueño se vendiera
Como el pan y otras cosas que hay en uso.
Un día al remendón llamó a su casa:
-Vamos a ver -le dijo-: ¿Cuánto ganas al año?
-El zapatero, Sonriendo sin tasa,
Contestó: -Yo, señor, no hago esas cuentas,
Que son largas a fe; no acertaría;
Me basta que a la noche
Haya ganado el pan de cada día.
-¿Qué es lo que ganas, dime, en la jornada?
-Más o menos, según; hay muchas fiestas
En que es preciso descansar,y al cabo
Son para mi bolsillo muy molestas.

Reíase el banquero
Oyendo a su vecino el zapatero,
Y sacó de la caja cien ducados,
Que le entregó, diciendo:
-Guárdalos con cuidado
Para remunerarte lo que pierdas.

Absorto el remendón y entusiasmado.
Creyendo que veía
En su poder cuanto la tierra cría,
Los soterró en la cueva de su casa,
Y soterró también su regocijo,
Porque ya no cantaba,
A un afán entregado tan prolijo.
Perdió asimismo el sueño,
Descuidando el trabajo
Por cuidar del tesoro con empeño;
Crecían sus sospechas, sus alarmas;
Cualquier rumor nocturno
Lo convertía en viles intenciones
De avarientos ladrones;
Hasta que al fin, un día,
Cogió el oro, diciendo a su vecino:
-Devolvedme, señor, por vida mía
El alegre sosiego,
A cambio de este oro, que os entrego