AL NIÁGARA - José María Heredia


La maravilla de grandiosidad, movimiento y color que se llama “Cataratas del Niágara”, ha hecho vibrar de admiración y entusiasmo el alma de grandes escritores y artistas, pero sólo ha tenido hasta hoy un cantor digno de su magnificencia en el poeta cubano José María Heredia (1803-1839) quien, en la oda que ponemos en este lugar, da prueba de una inspiración tara vez alcanzada. El arrebato, el furor divino, que griegos y romanos señalaron como características de la más elevada poesía, rebosan en esta preciosa composición, llena de fuego, de grandilocuencia, de soberbias imágenes. Una nota de íntima tristeza, de profunda melancolía, suena de cuando en cuando, corno expresión del dolor que torturaba el espíritu del poeta desterrado del suelo que le vio nacer, y “errante por las playas de otros climas”.

Templad mi lira, dádmela: que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz!... Niágara undoso,
Sólo tu faz sublime ya podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.

Torrente prodigioso, calma, acalla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan,
Déjame contemplar tu faz serena,
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: vi al Océano
Azotado del austro proceloso
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Y sus iras amé: mas su fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresión que tu grandeza.

Sereno corres, majestuoso, y luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mía
En vagos pensamientos se confunde,
Al contemplar la férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan y se enfurecen,
otras mil y otras mil ya las alcanzan,
entre espuma y fragor desaparecen.

Mas llegan... saltan... el abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados;
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
Al golpe violentísimo en las peñas
Rómpese el agua, y salta, y una nube
De revueltos vapores
Cubre el abismo en remolinos, sube,
Gira en torno, y al cielo
Cual pirámide inmensa se levanta,
Y por los bosques que le cercan
Al solitario cazador espanta.

Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con inquieto afanar? ¿Por qué no miro
Alrededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente
patria Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
Y al soplo de las brisas del Océano
Bajo un cielo purísimo se mecen?

Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino.
Ni otra corona que el agreste pino
A tu terrible majestad conviene.
La palma y mirto, y delicada rosa,
Muelle placer inspiren y ocio blando
En frívolo jardín: a ti la suerte
Guarda más digno objeto y más sublime.
El alma libre, generosa y fuerte,
Viene, te ve, se asombra,
Menosprecia los frívolos deleites
Y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡Dios, Dios de la verdad! en otros climas
Vi monstruos execrables
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar con sangre y llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra
Y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos filósofos que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
Y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban:
Por eso siempre te buscó mi mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre a ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz baja a mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista mi ánimo enajena
Y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Océano?

Abrió el Señor su mano omnipotente.
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dio su voz a tus aguas despeñadas
Y ornó con su arco tu terrible frente.

Miro tus aguas que incansables corren
Como el largo torrente de los siglos
Rueda en la eternidad: así del hombre
Pasan volando los floridos días
Y despierta el dolor... ¡Ay! ya agostada
Siento mi juventud, mi faz marchita,
Y la profunda pena que me agita
Ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi mísero aislamiento, mi abandono.
Mi lamentable desamor... ¿Podría
Un alma apasionada y borrascosa
Sin amor ser feliz?... ¡Oh! ¡Si una
Y hermosa Digna de mí me amase
Y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
Y mi andar solitario acompañase!

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¡Delirios de virtud!... ¡Ay! desterrado.
Sin patria, sin amores.
Sólo miro ante mí llanto y dolores.

¡Niágara poderoso!
Oye mi última voz: en pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
A tú débil cantor. ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! Pueda piadoso,
Al contemplar tu faz algún viajero,
Dar un suspiro a la memoria mía.
Y yo al hundirse el sol en Occidente,
Vuele gozoso do el Criador me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama
Alce en las nubes la radiosa frente.


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