Parte 1


I
Es Hamelin una pequeña villa
 Que del Wéser undoso, ancho y profundo,
Se mira ufana en la risueña orilla.
No hay ciudad que la iguale en todo el mundo:
Mas en los días de mi breve canto
De azote cruel sufría hondo quebranto.

¡Ratones por doquier!... audaces, fieros,
De perros y de gatos victoriosos,
Invadían despensas y graneros,
Destrozaban los trajes primorosos,
Y de viejas la cháchara incesante
Turbaban con chillido penetrante.

Cansado el pueblo ya de tantos males,
Fuese al Ayuntamiento con premura.
Gritando: -¿Del alcalde y concejales
Do se muestra el criterio y la cordura?
¿Qué meditan, señores, ahí ociosos,
Que el azote no atajan presurosos?

¡Y pensar que de armiño rico manto
Damos a tan estúpidos varones,
Cuyo ingenio feliz no llega a tanto,
Que nos libre de míseros ratones!...
¡Ea, o remedio poned a nuestro daño,
O, vive Dios, caeréis de vuestro escaño!

Asustados alcalde y consejeros
Extraño grito de pavor lanzaron,
Y por mostrarse al pueblo placenteros
Una hora el asunto maduraron.
AI fin dijo el alcalde: -¡Es vano intento,
Y la cabeza toda arder me siento!

Entonces golpear se oyó a la puerta;
Fue el golpe a un arañazo semejante.
- ¡Ratones! -el alcalde, la faz muerta,
Exclamó, y, al decir “Pase adelante”,
Mudósele la voz, faltóle el brío
Y en las venas corrióle mortal frío.

Entró al punto un extraño personaje.
De pañete amarillo y encarnado
Llegábale a los pies pobre ropaje
De sus hombros altísimos colgado;
En sus verduzcos ojos, mil destellos,
Rasa la faz y luengos los cabellos.

Y elevando su voz, fría, altanera,
Dijo: -La empresa que os angustia tanto,
Señores, si queréis, mía es entera:
Yo soy capaz, por medio de un encanto,
De arrastrar tras de mí cuanto se encierra
En el mar, bajo el cielo y en la tierra.

Contra sapos, culebras y ratones
Ya mi magia ejercí, profunda y varia:
Lo libré de mosquitos y moscones,
En un momento, al Kan de la Tartaria,
Y, por mi arte el gran Nízam del Oriente
De vampiros cien mil libre se siente.

Mil florines, tan sólo, harán mi cuenta...
Y al hablar, con los dedos recorría
Una flauta que a banda amarillenta
Y roja, de su cuello le pendía.
-Dádmelos, y veréis cómo a montones
Tras de mí arrastro ratas y ratones.

-No mil sino diez mil tendrás en pago-
Exclamó la asamblea conmovida-;
Si nos puedes librar de tal estrago,
De azote tal, y plaga tan temida.
Una sonrisa extraña y maliciosa
Del flautista animó la faz huesosa;

Cual fuego que con sal es rociado,
Brillaron pus pupilas chispeantes,
Y no bien ¡a la calle hubo tornado.
Tres notas lanzó al aire, penetrantes.
Presto extraño murmullo trajo el viento
Cual rumor de lejano regimiento:

Eran, primero, cual perdidos sones,
Estrépito después, luego un estruendo,
Y, ¡oh prodigio!, a millares los ratones
Y ratas por doquier iban saliendo,
Grandes, pequeños, gordos y delgados,
Pardos y negros y en color variados.

Barbudas ratas, tiernos ratónenlos,
Nietos, hijos, sobrinos, primos, padres,
De larga cola y finos bigotillos,
Abuelas y cuñadas, tías y madres,
Iban todos en loca algarabía
Tras la mágica y breve melodía.

Cuando el mago llegó al Wéser sereno,
El ejército aquel cayó anegado
En su profundo y caudaloso seno...
Uno solo la orilla ganó a nado,
Para contarnos los sucesos varios
Como César narró sus “Comentarios”.

Decía así: “A sus notas misteriosas
Sentí de nueces, quesos y manzanas
El perfumado olor, y el de sabrosas
Cremas y flanes, de higos y avellanas,
De cecina y almíbares... y, en tanto,
Cual de eolias voces oí un canto:

“Ratoncitos, gozad; la tierra inmensa,
De quesos, mantequilla y salchichones
Es copiosa y magnífica despensa;
Alegraos, ¡oh ratas y ratones!:
Cenad, comed y merendad sin pena.
Y de nuevo empezad comida y cena.

“Y vi un pilón de azúcar reluciente
Más que el sol, que a roerlo me invitaba
lanzaba al alcance de mi diente
Un delicioso olor que me turbaba;
Ya tocarlo creí, ¡oh feliz hado!,
Cuando en el Wéser me sentí arrastrado”.


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