EL MURCIÉLAGO ALEVOSO - Diego González


En la graciosa invectiva que ahora vais a leer, el poeta agustiniano del siglo xviii, Diego González, discípulo e imitador del Maestro León, lanza en airadas estrofas, de impecable corrección clásica, una serie de terribles imprecaciones contra un malvado murciélago, que penetrando alevosamente en la habitación de Mirta, la bella poetisa, asustóla de tal modo, que dejó ésta caer la pluma y emborronó los versos que estaba escribiendo para probar su gran amor a Delio.

Instaba Mirta bella
Cierta noche formando en su aposento,
Con gracioso talento,
Una tierna canción: y porque en ella
Satisfacer a Delio meditaba,
Que de su fe dudaba,
Con vehemente expresión le encarecía
El fuego que en su casto pecho ardía.

Y estando divertida,
Un murciélago fiero, ¡suerte insana!
Entró por la ventana.
Mirta dejó la pluma, sorprendida,
Temió, gimió, dio voces, vino gente;
Y al querer diligente
Ocultar la canción, los versos bellos
De borrones llenó por recogellos.

Y Delio, noticioso
Del caso que en su daño había pasado,
Justamente enojado
Con el fiero murciélago alevoso,
Que había la canción interrumpido
Y a su Mirta afligido,
En cólera y furor se consumía,
Y así a la ave funesta maldecía:

“¡Oh monstruo de ave y bruto,
Que cifras lo peor de bruto y ave,
Visión nocturna grave,
Nuevo horror de las sombras, nuevo luto,
De la luz enemigo declarado,
Nuncio desventurado
De la tiniebla y de la noche fría,
¿Qué tienes tú que hacer donde está el día?

“Tus obras y figura
Maldigan de común las otras aves,
Que cánticos suaves
Tributan cada día al alba pura;
porque mi ventura interrumpiste,
a su autor afligiste,
Todo el mal y desastre te suceda
Que a un murciélago vil suceder pueda.

“La lluvia repetida,
Que viene de lo alto arrebatada,
Tan sólo reservada
A las noches, se oponga a tu salida;
O el relámpago pronto, reluciente,
Te ciegue y amedrente;
O soplando del Norte recio el viento
No permita un mosquito a tu alimento;

“La dueña melindrosa,
Tras el tapiz do tienes tu manida,
Te juzgue, inadvertida,
Por telaraña sucia y asquerosa,
Y con la escoba al suelo te derribe;
Al ver que bulle y vive
Tan fiera y tan ridícula figura,
Suelte la escoba y huya con presura.

“Y luego sobrevenga
El juguetón gatillo bullicioso,
Y primero medroso
Al verte se retire y se contenga,
Y bufe y se espeluzne horrorizado,
Y alce el rabo esponjado,
Y el espinazo en arco suba al cielo,
Y con los pies apenas toque el suelo.

“Mas luego recobrado,
Y del primer horror convalecido,
El pecho al suelo unido,
Traiga el rabo del uno al otro lado.
Y cosido en la tierra, observe atento;
Y cada movimiento
Que en ti llegue a notar su perspicacia,
Le provoque al asalto y le dé audacia.

“En fin, sobre ti venga,
Te acometa y ultraje sin recelo,
Te arrastre por el suelo,
a costa de tu daño se entretenga;
por acaso las uñas afiladas
En tus alas clavadas,
Por echarte de sí con sobresalto,
Te arroje muchas veces a lo alto.

“Y acuda a tus chillidos
El muchacho, y convoque a sus iguales,
Que con los animales
Suelen ser comúnmente desabridos;
Que a todos nos dotó naturaleza
De entrañas de fiereza,
Hasta que ya la edad o la cultura
Nos dan humanidad y más cordura;

“Entre con algazara
La pueril tropa, al daño prevenida,
Y lazada oprimida
Te echen al cuello con fiereza rara;
Y al oírte chillar lancen el grito
Y te llamen ¡maldito!
Y creyéndote al fin del diablo imagen.
Te abominen, te escupan y te ultrajen.

“Luego por las telillas
De tus alas te claven al postigo,
Y se burlen contigo,
Y al hocico te apliquen candelillas,
Y se rían con duros corazones
De tus gestos y acciones,
Y a tus tristes querellas ponderadas
Correspondan con fiestas y carcajadas.

“Y todos bien armados
De piedras, de navajas, de aguijones,
De clavos, de punzones,
De palos por los cabos afilados
(De diversión y fiesta ya rendidos),
Te embistan atrevidos,
Y te quiten la vida con presteza,
Consumando en el modo su fiereza.

“Te puncen y te sajen,
Te tundan, te golpeen, te martillen,
Te piquen, te acribillen,
Te dividan, te corten y te rajen,
Te desmiembren, te partan, te degüellen,
Te hiendan, te desuellen,
Te estrujen, te aporreen, te magullen,
Te deshagan, confundan y aturrullen.

“Y las supersticiones
De las viejas, creyendo realidades,
Por ver curiosidades,
En tu sangre humedezcan algodones
Para encenderlos en la noche obscura,
Creyendo sin cordura
Que verán en el aire culebrinas
Y otras tristes visiones peregrinas.

“Muerto ya, te dispongan
El entierro, te lleven arrastrando,
Gori, gori, cantando,
Y en dos filas delante se compongan,
Y otros, fingiendo voces lastimeras,
Sigan de plañideras,
Y dirijan entierro tan gracioso
Al muladar más sucio y asqueroso.

“Y en aquella basura
Un hoyo hondo y capaz te faciliten,
Y en él te depositen.
Y allí te den debida sepultura;
Y para hacer eterna tu memoria,
Compendiada tu historia
Pongan en una losa duradera,
Cuya letra dirá de esta manera:

Epitafio
“Aquí yace el murciélago alevoso
Que al sol horrorizó y ahuyentó el día.
De pueril saña triunfo lastimoso,
Con cruel muerte pagó su alevosía.
No sigas, caminante, presuroso,
Hasta decir sobre esta losa fría:
Acontezca tal fin y tal estrella
A aquél que mal hiciere a Mirta bella.”