EL DESIERTO - Esteban Echeverría


Este admirable cuadro del desierto argentino es ríe Esteban Echeverría, poeta y escritor nacido en Buenos Aires en 1805, introductor del romanticismo en el Río de la Plata y primer poeta rioplatense que hizo una vivida pintura de la naturaleza y de la lucha con el desierto y los indios. Falleció en Montevideo en 1851.

Era la tarde, y la hora
En que el sol la cresta dora
De los Andes.-El desierto,
Inconmensurable, abierto
Y misterioso, a sus pies
Se extiende;-triste el semblante,
Solitario y taciturno
Como el mar, cuando un instante
Al crepúsculo nocturno,
Pone rienda a su altivez.

Gira en vano, reconcentra
Su inmensidad, y no encuentra
La vista, en su vivo anhelo,
Do fijar su fugaz vuelo,
Como el pájaro en el mar.
Doquier campos y heredades
Del ave y bruto guaridas,
Doquier cielo y soledades
De Dios sólo conocidas,
Que él sólo puede sondar.

A veces la tribu errante
Sobre el potro rozagante,
Cuyas crines altaneras
Flotan al viento ligeras,
Lo cruza cual torbellino,
Y pasa; o su toldería
Sobre la grama frondosa
Asienta; esperando el día
Duerme, tranquila reposa,
Sigue veloz su camino.

¡Cuántas, cuántas maravillas
Sublimes y a par sencillas,
Sembró la freunría mano
De Dios allí!-¡Cuánto arcano
Que no es dado al mundo ver!
La humilde hierba, el insecto,
La aura aromática y pura;
El silencio, el triste aspecto
De la grandiosa llanura,
El pálido anochecer,

Las armonías del viento,
Dicen más al pensamiento,
Que todo cuanto a porfía
La vana filosofía
Pretende altiva enseñar.
¿Qué pincel podrá pintarlas.
Sin deslucir su belleza?
¡Qué lengua humana alabarlas!
Sólo el genio su grandeza
Puede sentir y admirar.

Ya el sol su nítida frente
Reclinaba en occidente,
Derramando por la esfera
De su rubia cabellera
El desmayado fulgor;
Sereno y diáfano el cielo,
Sobre la gala verdosa
De la llanura, azul velo
Esparcía, misteriosa
Sombra dando a su color.

El aura, moviendo apenas
Sus olas de aroma llenas,
Entre la hierba bullía
Del campo que parecía
Como un piélago ondear.
Y la tierra, contemplando
Del astro rey la partida,
Callaba, manifestando,
Como en una despedida,
En su semblante pesar.

Sólo a ratos, altanero
Relinchaba un bruto fiero
Aquí o allá, en la campaña;
Bramaba un toro de saña,
Rugía un tigre feroz:
O las nubes contemplando,
Como extático y gozoso,
El yajá, de cuando en cuando,
Turbaba el mudo reposo
Con su fatídica voz.

Se puso el sol; parecía
Que el vasto horizonte ardía:
La silenciosa llanura
Fue quedando más oscura,
Más pardo el cielo, y en él,
Con luz trémula, brillaba
Una que otra estrella, y luego
A los ojos se ocultaba,
Como vacilante fuego
En soberbio chapitel.

El crepúsculo entre tanto,
Con su claroscuro manto,
Veló la tierra; una faja
Negra como una mortaja,
El occidente cubrió;
Mientras la noche bajando
Lenta venía, la calma
Que contempla suspirando,
Inquieta a veces el alma,
Con el silencio reinó.

Entonces, como el ruido
Que suele hacer el tronido
Cuando retumba lejano,
Se oyó en el tranquilo llano
Sordo y confuso clamor;
Se perdió... y luego violento,
Como baladro espantoso,
De turba inmensa, en el viento
Se dilató sonoroso
Dando a los brutos pavor.

Bajo la planta sonante
Del ágil potro arrogante
El duro suelo temblaba,
Y envuelto en polvo cruzaba
Como animado tropel,
Velozmente cabalgando;
Víanse lanzas agudas,
Cabezas, crines ondeando,
Y como formas desnudas
De aspecto extraño y cruel.

¿Quién es? ¿Qué insensata turba
Con su alarido perturba
Las calladas soledades
De Dios, do las tempestades
Sólo se oyen resonar?
¿Qué humana planta orgullosa
Se atreve a hollar el desierto
Cuando todo en él reposa?
¿Quién viene seguro puerto
En sus yermos a buscar?

¡Oíd! Ya se acerca el bando
De salvajes atronando
Todo el campo convecino;
¡Mirad!-Como torbellino
Hiende el espacio veloz.
El fiero ímpetu no enfrena
Del bruto que arroja espuma;
Vaga al viento su melena,
Y con ligereza suma
Pasa en ademán atroz.

¿Dónde va? ¿de dónde viene?
¿De qué su gozo proviene?
¿Por qué grita, corre, vuela.
Clavando al bruto la espuela.
Sin mirar alrededor?
¡Ved! que las puntas ufanas
De sus lanzas, por despojos,
Llevan cabezas humanas,
Cuyos inflamados ojos
Respiran aún furor.

Así el bárbaro hace ultraje
Al indomable coraje
Que abatió su alevosía:
Y su rencor todavía
Mira con torpe placer,
Las cabezas que cortaron
Sus inhumanos cuchillos,
Exclamando:-”Ya pagaron
Del cristiano los caudillos
El feudo a nuestro poder.

“Ya los ranchos do vivieron
Presas de las llamas fueron,
Y muerde el polvo abatida
Su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?
Vengan hoy del vituperio,
Sus mujeres, sus infantes,
Que gimen en cautiverio,
A libertar, y como antes
Nuestras lanzas probarán.”

Tal decía; y bajo el callo
Del indómito caballo,
Crujiendo el suelo temblaba;
Hueco y sordo retumbaba
Su grito en la soledad.
Mientras la noche, cubierto
El rostro en manto nubloso
Echó en el vasto desierto
Su silencio pavoroso,
Su sombría majestad.