ARENA DEL DESIERTO EN UN RELOJ - H.W. Longfellow


La fina y menuda arena que pasa de una impelida a otra en el reloj del mismo nombre, evoca en la imaginación de Longfellow los principales episodios de este relato del desierto Arábigo.

¡Breve montón de arena, que en el Desierto ardiente
De la encendida Arabia barriera el vendaval!
Espía de las horas, sumiso a nuestra mente.
Hoy eres en tu encierro de límpido cristal.

¡Cuántos y cuántos siglos, tendida en las llanuras,
Resplandeciste al rayo del sol abrasador!
¡Cuántas tú presenciaste glorias y desventuras!
¡Cuánto tú conociste de júbilo y dolor!

Quizás te holló el camello del rudo ismaelita
Cuando llevaba lejos del desdichado hogar
Al hijo predilecto que la traición maldita
A los paternos lares lograba arrebatar.

Quizás en el camino de los ansiados goces
Tú bajo el pie crujías del salvador Moisés;
Quizás los carros bélicos de Faraón veloces
Lanzábante a los aires, como trillada mies.

Quizás viste a la dulce, purísima María,
El Dios-niño en los brazos, cruzar la soledad,
Cuando el erial desierto resplandecer hacía
Con luces de esperanza, de fe y de caridad.

Y al viejo anacoreta que en la árida ribera
Del Mar Rojo, o debajo las calmas de Engaddi,
A media voz cantaba con devoción austera
Los inspirados salmos del santo Adonaí.

Y al mercader errante que en larga caravana
A la oriental Basora dirige el tardo pie,
Y al dócil peregrino que de región lejana
A la soñada Meca marcha con ciega fe.

Quizás todo eso viste, breve montón de arena.
Hoy, en la angosta cárcel del límpido cristal,
Sujeta al caprichoso peder que te encadena,
Cuentas de los minutos la sucesión fatal.

En ti los ojos clavo, y rota la muralla.
Ver creo allá en el fondo del diáfano confín
El pálido desierto sin límite ni valla,
El cielo inmaculado sin término ni fin.

Y de tus áureos átomos el hilo transparente
Dilátase al impulso de un soplo burlador,
Y convertida vuelas en torbellino ardiente
Agigantada tromba, vorágine de horror.

Y allá en el firmamento, que enrojeció el ocaso,
Y en el inmenso yermo que reposaba en paz,
Corres, ennegreciendo tierra y cielo a tu paso,
Y no puede seguirte mi pensamiento audaz.

¡Ah! la visión se extingue, muere el fulgor incierto;
Abísmase en el fondo del cóncavo reló
El cielo enrojecido y el árido Desierto:
¡Adiós, ensueños! La hora de arena transcurrió.