EL PELIGRO DEL EJEMPLO - Gudín de la Brenellerie


Basta que alguien grite y vocifere, perturbando el orden, para que en breve sigan su ejemplo varios otros, hasta formar un tumulto, en que la mayor parte ignoran la causa del alboroto. Pero, según explica en este apólogo Gudín de la Brenellerie, fabulista francés, los daños que de aquí se siguen a la sociedad son apreciables.

Un hombre del crepúsculo en la hora,
De una aldea pasaba no distante;
Ladróle un can, lo mismo sin demora
Otro hiciera, y después cuantos había
En el pueblo, con ira amenazante.

-¿Por qué, alguno exclamó, tanto alboroto
Armáis, y tan confusa algarabía?
Ninguno supo contestar. Horrible
El estruendo siguió: no era posible
Al desorden fatal poner ya coto.

-Imagen fiel y copia verdadera
Tal tumulto os ofrece,
Sin duda, de los públicos clamores.
Repítense al acaso, aterradores,
Los gritos que se oyeron, y aparece
Quien se agita y provoca y vocifera.
¿Mas se sabe por qué? No es fácil cosa,
Diréis: a los propósitos audaces,
A las voces procaces
Del malo repetidas por el necio
Con ceguedad furiosa,
El prudente tan sólo da el desprecio.
Al sabio a veces la existencia quitan:
A Sócrates preparan el veneno,
Y a Arístides infames precipitan
Al ostracismo en su rencor sin freno.
Algún tiempo quizá se les resiste,
Mas su insano furor al fin concluye
Por afrentar cuanto glorioso existe,
Con odio vengativo.
¡Horror a quien tan vil al genio altivo
En su bárbaro afán ciego destruye!