TIERRA DE PROMISIÓN - José Eustasio Rivera


Al famoso autor de la novela La Vorágine, José Eustasio Rivera (1889-1929), se le deben también estos sonetos, inspirados como la ya citada narración, en la vida de las selvas colombianas

Soy un grávido río, y a la luz meridiana
Ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje:
Y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje
Se oye la voz solemne de la selva lejana.

Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana;
Y peinando en los vientos el sonoro plumaje.
En las tardes un águila triunfadora y salvaje
Vuela sobre mis tumbos encendidos en grana.

Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo.
Al pasar ante el monte que en las nubes descuella
Con mi trueno espumante sus contornos inundo:

Y después, remansado bajo plácidas frondas.
Purifico mis aguas esperando una estrella
Que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.

 * * *

La selva de anchas cúpulas, al sinfónico giro
De los vientos, preludia sus grandiosos maitines;
Y al gemir de dos ramas como finos violines
Lanza la móvil fronda su profundo suspiro.

Mansas voces se arrullan en oculto retiro;
Los cañales conciertan moribundos flautines,
Y, al mecerse del cámbulo florecido en carmines,
Entra por las marañas una luz de zafiro.

Curvada en el espasmo musical, la palmera
Vibra sus abanicos en el aura ligera;
Mas de pronto un gran trémolo de orquestados concentos

Rompe las vainilleras...; y con grave arrogancia.
El follaje, embriagado con su propia fragancia,
Como un león, revuelve la melena en los vientos.

 * * *

Lóbrego, en alta noche, a paso lento
Regresa un toro por la pampa umbría.
Y, husmeando el mustio pajonal, confía;
Vagos mugidos al miedoso viento.

Torvo, bajo el moriche corpulento
Afilando las astas, extravía;
Y al fin, en la estrellada lejanía,
Surge como borroso monumento.

Absorto en las ¡límites sabanas.
Mira radiar las pléyades cercanas
Sobre las sienes del palmar suspenso...

¡Después, hondo bramido de amargura,
Brusco silencio en la majada oscura,
Temblor de estrellas en el orbe inmenso!

 * * *

Sintiendo que en mi espíritu doliente
La ternura romántica germina.
Voy a besar la estrella vespertina
Sobre el agua ilusoria de la fuente.

Mas cuando hacia el fulgor cerulescente
Mi labio melancólico se inclina,
Oigo como una voz ultradivina
De alguien que me celara en el ambiente.

Y al pensar que tu espíritu me asiste,
Torno los ojos a la pampa triste;
¡Nadie!... Sólo el crepúsculo de rosa.

Mas, ¡ay!, que entre la tímida vislumbre,
 Inclinada hacia mí, con pesadumbre,
Suspira una palmera temblorosa.