LOS NIDOS - Ventura Ruiz Aguilera


Esta delicada composición es de Ventura Ruiz Aguilera, poeta español (1820-1881), quien se refiere en ella a los nidos de las aves, en las distintas estaciones del año. Ruiz Aguilera, que estudió medicina, trocó su carrera por el periodismo, la poesía y el teatro.

El almendro florece;
Ábrese el lirio; luego
La amapola de fuego,
Que una llama parece;
Y, con sordo murmullo,
La rosa también rompe su capullo.

La luz aun no clarea
Del alba, ni en alegre y mansa nube
El humo al cielo sube
De hospitalario albergue o chimenea,
Cuando, a la par del gallo vigilante.
Despiértase la alondra, y dulce trina
A las estrellas pálidas vecina.
Mensajera amorosa
Del sol; como en la selva silenciosa,
Al morir de la tarde,
Con voz más triste y bella
El ruiseñor oculto se querella.

Después, el astro rey fecundo baña
El valle y la montaña;
Al rayo de su lumbre
Que la deshace en breve.
En arroyos la nieve
Despeñándose baja de la cumbre,
Con salvajes rumores,
Y riega la campiña
Llena de luz, de cánticos y flores.

¡Cómo, al nido asomado.
Moviendo sin cesar la calva frente,
El polluelo inocente.
Campiña y luz y arroyos ve pasmado!
Del mundo al contemplar las ricas galas,
Tender quiere las alas,
volar y vivir. .. pero le asusta
La extensión del espacio, retrocede,
Y torna, y otra vez al temor cede;
Hasta que el padre le acompaña y guía,
Mostrándole su celo,
Con el peligro, la segura vía.

Si el nuevo pajarillo
Es débil para el vuelo,
Desciende presurosa
La madre, que en su ausencia no reposa,
A recoger del suelo,
Para el nido que está bajo su amparo,
Ya paja y heno, o la sutil vedija
Al cordero robada
Por el zarzal avaro;
Ya la pluma olvidada
De otras amigas aves,
Y aromáticas yerbas y suaves;
Ya el precioso alimento
De la familia que dejó un momento;
Y cuando al nido torna.
De inquietud maternal y de amor llena,
Dentro, muy dentro suena
Con mal formados sones.
Como rumor confuso
De besos, y de gozo y bendiciones.

Pasaron las risueñas alboradas
Y las tranquilas noches de verano;
Vinieron las ventiscas desatadas,
Que la alta cumbre y llano
Despojan de hermosura,
Trayendo en pos de sí la niebla oscura.

Entre el horror sublime
De los campos, que al ánima suspende,
El olmo al ciclo tiende
Los descarnados brazos, y al son gime
Del vendaval que azota
Su frente sin verdor, hollada y rota.
Están los bosques mudos;
Escarcha o nieve cubre
Los árboles desnudos
A las revueltas ráfagas de octubre.

Por los aires desiertos.
Hija de la tormenta.
Con giro torpe cruza
Tal vez un ave de rapiña, hambrienta,
De corvas garras y graznido ronco.
Que luego el pico aguza
En pedernal y tronco.
Y en el hueco de encinas y de peñas.
Colgados entre breñas,
O en un rincón de viejos palomares
Do no llega el calor de los hogares,
Solos se ven y yertos,
Como cunas vacías
De pebres niños muertos,
Los nidos que otros días
Poblaron monte y valle de armonía.