EL HOGAR CAMPESTRE - José Antonio Maltín


En estos versos pondera el poeta venezolano José Antonio Maltín (1804-1874) los deliciosos atractivos que ofrece la vida rústica.

A la falda del aquel cerro
Que el sol temprano matiza,
Un arroyo se desliza
Entre violas y azahar:
Allí tengo mis amigos,
Allí tengo mis amores,
Allí mis dulces dolores
Y mis placeres están.

Allí al lado se levantan
De peñascos cenicientos
Los búcares corpulentos
De dimensión colosal,
Y allí el ánimo se olvida.
En su embeleso profundo,
Del laberinto del mundo,
Del ruido de la ciudad.

No hay allí suntuosos templos,
Cuya gótica techumbre
Con su mole y pesadumbre
Piensa la tierra oprimir,
Donde en los rostros se nota
Del concurso cortesano.
Que un pensamiento mundano
Lo va persiguiendo allí;

Pero hay sencilla una iglesia
Con su campanario y torre.
Adonde el creyente con.
De la campana al clamor;
Allí sus cantos entona,
Postrado, humilde, en el suelo,
Y su oración sube al cielo
Hasta el trono del Señor.

No hay un órgano en el coro,
Que despida noche y día
A torrentes la armonía
De los tubos de metal,
Y en el aire se derrama.
Bajo del cóncavo techo,
Y baja a oprimir el pecho 
Con su encanto celestial;

Pero se oye del Ministro
La voz trémula y doliente
Que del cristiano la frente
A la tierra hace inclinar.
En tanto que del incienso
La pura, la blanca nube,
A besar las plantas sube 
De Dios, que está en el altar.

Allí no hay bellos palacios,
Ni dorados artesones.
Ni estatuas en los salones.
Sobre rico pedestal.
Ni músicas exquisitas,
Ni bulliciosos placeres,
Ni artificio en las mujeres, 
Ni en los hombres vanidad;

Pero hay árboles copados.
Que se mecen blandamente,
Y un arroyo transparente
Con sus ondas de cristal,
Y una tórtola amorosa,
Oculta en la selva umbría.
Que exhala, al nacer el día, 
Su arrullo sentimental.

No alumbra la alegre fiesta
Clara, elegante bujía,
Que se pueda con el día
Comparar en esplendor,
Ni exquisitos los pebetes
Aromáticos olores
Difunden en corredores
Y del baile en el salón;

Mas hay lánguida una luna.
Que sirve de antorcha al cielo
Y que refleja en el suelo
Su melancólica faz;
Y hay claveles entreabiertos
En las cortinas cercanas,
Donde sus alas livianas

Va la brisa a perfumar.
Ni de la doncella hermosa
Cubre el cuello delicado
El magnífico tocado
Del fino encaje o tisú;
Ni lleva sobre los hombros
O revuelto sobre el pelo
De seda el flotante velo 
O de transparente tul;

Pero sin esos primores
Es la honesta campesina
Por sí sola peregrina
Y por sí sola gentil;
Y en vez de rica diadema
O de artificioso adorno
Se ve de su frente en torno 
Brillar cándido jazmín.

¡Oh valle ameno y frondoso.
Que el sol temprano matiza.
Cuyo arroyo se desliza
Entre violas y azahar!
Contigo están mis amigos,
Contigo están mis amores.
En ti mis dulces dolores
Y mis placeres están.

Yo buscaré la dicha en tus cantares
En tus bosques la paz y la ventura
Y acallaré la voz de mis pesares
De quieta soledad en la espesura.