AL TEQUENDAMA - José Joaquín Ortiz


José Joaquín Ortiz, célebre poeta colombiano (1814-1892). celebra aquí, en inspirados y grandilocuentes versos, la grandiosidad sublime del Tequendama, magnífico salto de 139 metros de altura, formado por el río Fun/.a, no lejos de la capital de Colombia. Esta oda de Ortiz es de las que consolidaron su justa fama de poeta.

Oir ansié tu trueno majestuoso,
¡Tremendo Tequendama!; ansié sentarme
A orillas de tu abismo pavoroso,
Teniendo por dosel de parda nube
El penacho que se alza de tu frente
Que, cual el polvo de la lid ardiente,
En confundidos torbellinos sube.
Quise también mezclar mi acento
Al grande acento de tus muchas aguas,
Y, respirando el aire de tu gloria.
Ensalzarte también con voz ferviente,
Mi lira haciendo digna de memoria,
Y arrojarla después a tu corriente.

Heme aquí contemplándote anhelante
Suspenso de tu abismo;
Mi alma atónita, absorta, confundida,
Con tan grande impresión te sigue ansiosa
En tu glorioso vuelo
Y al querer comprenderte desfallece
De tanta fuerza y majestad vencida.

Tu voz es cual la voz de un Dios que pasma
De asombro y de terror a las naciones;
Cual rimbomba el cañón de la pelea,
Y anuncia así de lejos al viajero
La hórrida majestad que te rodea.
Los ecos ensordecen y se cansan
De repetir el rebramar horrendo
Que de ti suena en torno.
Cual si fueran los himnos de un triunfo
Lleno de pompa y belicoso estruendo.
El águila asustada alza sus vuelos
Por el éter brillante a las montañas
Donde chillan hambrientos sin hijuelos.

Manso y tranquilo y sosegado corre
Lleno de majestad, y de repente
Cual dragón infernal alza la frente.
Sacude enfurecido Las vedijudas greñas,
asoma al borde del abismo, y brama,
Y se lanza iracundo
De un abismo a otro abismo más profundo
En sábanas lumbrosas de alba espuma,
A ser despedazado entre las peñas.
La roca al golpe gime:
Hierve la onda atormentada y gira.
Se rompe, se revuelve, se comprime
Con clamoroso y desigual rugido,
O como quien se queja y quien suspira.
Y como el humo de una gran hoguera
A torbellinos al Olimpo sube
De clara niebla en argentada nube;
Y el poderoso acento
De soledad en soledad, de un monte
A un monte más lejano, lleva el viento.

El ángel guardador de tus raudales
Aquí, de tarde, a contemplarte viene,
Y en ese altar de piedra que se avanza
Lleno de algas, de espuma zarpeado,
Se sienta, cl ruido de tu choque oyendo.
Su cabeza de juncos ven ceñida
Y de silvestres ovas,
Y su capa de púrpura teñida
Los montañeses, y oyen el concierto
De su laúd divino, al brillo incierto
De la pálida luna
Cuando en silencio está todo el desierto.

¡Prodigio del Creador! ¡Oh! ¡Nada falta
A tu gloria! Pictórico horizonte
Delante se abre; antiguos como el mundo
Los árboles se elevan en tu monte;
Solemnes armonías
Resuenan en tu seno ancho y profundo:
Flores, aromas, luz y movimiento;
Aire esencial de vida en cada aliento;
Un cielo claro encima.
Como el alma de un niño, ven los ojos;
Y por diademas para ornar tu frente
Iris de oro, de púrpura y diamantes
Se cruzan sobre ti reverberantes.

Mas ¿dónde están, oh río, aquellos pueblos
De esta región antiguos moradores?
¿Qué se hicieron los Zipas triunfadores
Que se sentaban sobre el trono de oro,
Y que padres más bien que augustos reyes.
Con amor sonriendo y frente leda,
De dulce paz dictando iguales leyes.
Cual se gobierna una familia, al pueblo
Con el cayado patriarcal guiaban
Cual con riendas de seda?

¿En dónde el templo en láminas de oro
Resplandeciente al sol? ¿A qué comarca
Trasladaron las aras en que ardía
El aroma suavísimo, entre el coro
De virginales voces noche y día?
¿Dónde Aquinún? ¿El Bogotá? ¿El Tundama?
¿Adonde el santo Sugamuxí, adonde?
Tu trueno asordador como un lamento,
Es la voz sola que a mi voz responde.

¡Pobres indios, abyectos, decaídos
Del valor varonil, desheredados
De este tan bello y tan fecundo suelo,
Vosotros no poseéis de vuestra patria
Sino el dulce aire y el brillante cielo,
O una heredad cortísima! El arado
Rompe la tierra y de las tumbas saca
Los ídolos pequeños, confundidos
Con el polvo sagrado
De un sacerdote, un Zipa, un rey de Iraca.

Como se avanzan a este abismo oscuro,
Y en él se pierden las pesadas ondas,
Así su pobre raza desaparece;
Parte cayó bajo el acero duro
De los conquistadores; en los hierros,
En infectas prisiones y sombrías
Se marchitó su juventud lozana;
Otra se pierde en el estrecho abrazo
Con sangre de verdugos confundida. ..
¡Nación ayer, no existirá mañana!

¡Y este río caudal sigue corriendo
Como corrió desde la edad antigua!
¡Y el trueno aterrador que estoy oyendo
Sonaba desde entonces como ahora.
Duro, rabioso, asordador. tremendo,
Como una eternidad devoradora,
Y sonará cuando al sepulcro caiga
Este hombre oscuro, débil, ignorado
Que oyéndolo a su borde está sentado!

¡Oh!, ¡qué objetos!: ¡el hombre y Tequendama!
El hombre sin poder, pincel ni acento
Con que pintar lo que su mentó inflama,
Que ayer nacido, vivirá un momento
Y mañana en el polvo del sepulcro
De su vivir se apagará la llama!
¡Y esta tremenda catarata, eterna
Con su voz. cual la de mil tambores
Cual ruido estrepitoso
De cien y cien caballos triunfadores
En el afán de una total derrota:
Y ese hervir fragoroso, inextinguible,
Y esa su roca firme, estable, inmota.
Que alcanzará a los años de los años
Y del mundo a la edad la más remota!

¡Calma un momento el torbellino raudo
En que ruedas, oh río, al ciego abismo,
Y ese fragor y la explosión del trueno!
¡Disipa el pabellón de negra nube
Que cada instante de tu lecho sube
Para velar tu majestad! ¡Mi alma,
Mis deslumbrantes ojos, mis oídos
Sordos ya con el ruido de tus aguas
Anhelan contemplarte un solo instante
Y dejarte después agradecidos!
Porque tu vista bella
Asombro, pasmo, horror sublime inspira
Y de verdad severa lección grande
Deja en la mente con profunda huella.
Aire de gloria y de virtud respira
El hombre en ti, capaz de más se siente:
De legar a los siglos su memoria,
De ser un héroe, un santo o un poeta,
Y sacar de su lira
Un son tan armonioso y tan sublime
Como el iris que brilla por tu frente.
Como el eco de triunfo que en ti gime.