Parte 4


Como un clavel que se mustia
Y palidece y se quiebra,
Murió el sol. En los jardines
Alzó la sombra sus tiendas,
Esperpento, lentamente.
Subió las gradas de piedra.
Atravesó la terraza,
Alzó el tapiz de una puerta,
Y fue cruzando salones
Ricos en muebles y en telas.
Deslumbrantes, cual el campo
Del cielo, lleno de estrellas.

Pensando en la Princesita
Llegó a una estancia soberbia,
Cuajada de porcelanas
Y de damascos cubierta.
"¿Quién será?" dijo Esperpento
Viendo en la pared frontera
Una sombra vacilante
Que paso a paso se acerca.
Con el corazón alegre,
Soñando en la niña bella.
Avanzó más... ¡era un monstruo!
Una figura grotesca,
Con las piernas retorcidas.
Con un bosque por cabeza,
Y con una giba enorme,
Que causaba horror y pena.

Retrocedió, y aquel monstruo
Imitóle con presteza.
Y ya levantase el puño,
Ya hiciese una reverencia.
Ya se irguiose o ya girara.
Vio con angustia suprema
Que iba aquel monstruo copiando
Todos sus gestos y muecas.

Quedó al fin meditabundo
Esperpento, y con sorpresa.
Recordó que allá en el campo,
Tras las montañas enhiestas.
El eco copia fielmente
Palabras que el viento lleva.
"¿Hay un eco de los cuerpos?..."
Y al concebir tal idea,
Y al fijarse en que aquel monstruo
También en la mano lleva
Una rosa pura y blanca
Como sueño de inocencia
(La misma que como premio
Entrególe la Princesa),
Esperpento con angustia
Comprendió la verdad cierta.
¡Él era el monstruo, el giboso,
El de retorcidas piernas.
El de la fealdad horrible,
El de la enorme cabeza!...

Algo se rompió en su pecho,
Algo se cuajó en sus venas,
Algo amargo, tan amargo
Como el zumo de la adelfa,
Subió del alma a la boca
Del infeliz, que ahora piensa
Que el júbilo de los niños
Y el goce de la Princesa,
Y las risas de los hombres.
En la alborozada fiesta,
Fueron burlas, fueron burlas
A su figura quimérica.

Sofocando los gemidos,
Cayó Esperpento por tierra;
Dos lágrimas cristalinas
Surcaron su faz morena,
Y quedó inmóvil y mudo,
Solo, en la estancia soberbia.


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