LOS DIOSES DE GRECIA - Enrique Heine


Las blancas nubes que cruzan el cielo en una clara noche de luna, antójansele a la fantasía de Enrique Heine los espectros de las muertas divinidades griegas, por las que siente el poeta una irónica compasión. Enrique Heine fue un poeta alemán muy original y extraño. Nacido en Dusseldorf en 1797, pasó parte de su vida en Francia, donde escribió muchas de sus obras. Murió en París, en 1856. Lírico por excelencia, halló eco el romanticismo en sus primeras producciones. Unía a su lirismo un talento satírico finísimo y amable que hacen se le considere uno de los poetas más originales del siglo XIX.

Luna, tu luz brillante
En fúlgido raudal de oro fundido
Trueca el mar, y en la playa
Tan clara como el día rutilante,
Pero más dulce y tímida, desmaya
En el sereno cielo esclarecido.
No brilla ningún astro,
Y pasan a través de sus cristales
Blancas nubes, fingiendo colosales
Ídolos de alabastro.
Mas ¿qué miro? No son blancos vapores:
Son ellos, sí, son ellos;
Los de la antigua edad dulces señores.
Los de Grecia risueña dioses bellos.
¡Las deidades de ayer! Vencidas, muertas,
Vanos espectros hoy, sombras inciertas,
Que, con vano reproche,
Cruzan sin paz las bóvedas desiertas
De la enlutada noche.
Asombrado contemplo
Convertidos los cielos luminosos
En soberano templo;
Y en movimiento blando
Los pálidos colosos
Tristes y pensativos van pasando.

Cronos, el rey de la celeste esfera,
Aparece el primero; escarcha fría
Cubrió su cabellera,
Que el Olimpo, al moverse, estremecía;
Con cansado desmayo
Empuña ya su diestra inútilmente
El apagado rayo;
Infortunio y dolor nublan su frente;
Pero aun augusta huella
De la antigua soberbia miro en ella.

Eran tiempos mejores,
Zeus, los tiempos en que ninfa bella
Calmaba, oh hecatombe ensangrentada,
Tus divinos furores;
Mas no hay eterno nada:
Sucede el joven dios al dios anciano;
Tú mismo, tú, con temeraria mano,
¿No despojaste en desigual partida
A los titanes y a tu padre cano,
Júpiter parricida?

Aun la soberbia Juno está a tu lado,
¡Vanos fueron, oh diosa, tus desvelos!
Otro el cetro ha empuñado,
Y no eres ya la reina de los cielos.
Tus grandes ojos, que el dolor apena,
Cierras, penden tus brazos de azucena
Mustios, y ya no alcanza
A la virgen que a un dios abre los brazos,
Ni al héroe que nació de esos abrazos,
Tu implacable venganza.

¡Cuan triste vienes tú, Palas prudente!
A las deidades defender no pudo
Tu poderoso escudo,
Ni preservarlas tu perspicua mente.

¡Tú, Afrodita, también! Hoy plata pura
Son tus dorados rizos;
Espanto me da y miedo tu hermosura,
A pesar de que aun miro en tu cintura
El ceñidor falaz de tus hechizos.

Marte de ti se aparta y con celosa
Pasión ya no te mira;
Aburrido suspira Febo-Apolo, el divino mozalbete.
Y de su floja mano cae la lira
Que alegraba el olímpico banquete.

Y aun suspiras tú más, cojo Vulcano,
Al ver que la ambrosía perfumada
No sirves al congreso soberano,
Y que llevó por siempre el viento vano
De los dioses la eterna carcajada.

No os amé nunca, dioses altaneros:
No fueron mi ilusión los inconstantes
Griegos jamás, ni los romanos fieros;
Mas siento grima y compasión al veros
Vencidos, tristes, pálidos y errantes.

Digo así; los espectros se enrojecen;
Míranme tristes con supremo anhelo,
Y súbitos después desaparecen.
Cubre la luna tenebroso velo;
Brama la mar, y triunfadoras, bellas,
Rasgando nubes brillan en el cielo
Las eternas estrellas.