CAPERUCITA ROJA - Gabriela Mistral


Gabriela Mistral es el seudónimo usado por la poetisa y escritora chilena Lucila Godoy, nacida en 1889, que obtuvo el premio Nobel de 1945. A su pluma se deben, además de sus cantos de amor, las mas bellas, ligeras y tiernas canciones y fábulas dedicadas a los niños suyos invisibles, esparcidos por el vasto mundo. Maestra de vocación, su obra es una de las más definidas y personales de la lírica femenina de América. Cuando partió para México, el autor chileno Pedro Prado escribió, acerca de Gabriela Mistral, este hermoso pensamiento:
"Último eco de María de Nazareth, eco nacido en nuestras altas montañas, a ella también la invade el divino estupor de sentirse elegida... Ojos mortales nunca vieron a su hijo, pero todos hemos oído las canciones con que le arrulla." En la poesía que transcribimos nos relata con honda emoción y gran delicadeza el tema inmortal de la siempre recordada Caperucita Roja.

Caperucita Roja visitará a la abuela
que en el poblado próximo postra un extraño mal.
Caperucita Roja, la de los rizos rubios,
tiene el corazoncito tierno como un panal.

A las primeras luces ya se ha puesto en camino
y va cruzando el bosque con un pasito audaz.
"Le sale al paso el Lobo con los ojos diabólicos.
"Caperucita Roja, cuéntame adonde vas".

Caperucita es cándida como los lirios blancos...
"Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel
y un pucherito suave que deslíe manteca."
¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él".

Y después por el bosque discurriendo encantada,
recoge bayas rojas, corta ramas en flor,
y se enamora de unas mariposas pintadas
que le hacen olvidarse del viaje del Traidor,

El Lobo fabuloso de los blanqueados dientes
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor,
y golpea en la plácida puerta de la abuelita,
que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor).

Ha tres días el pórfido no sabe de bocado.
¡Pobre abuelita inválida, quién la va defender!
Se la comió sonriendo sabia y pausadamente,
y se ha puesto enseguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta.
De la arrugada cama dice el Lobo: ¿Quién va?
La voz es ronca; pero la abuelita está enferma.
La niña ingenua explica: "De parte de mamá".

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas.
Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor.
"Deja los pastelitos. Ven a entibiarme el lecho"
Caperucita cede al reclamo de amor.

De entre la cofia salen las orejas monstruosas.
"¿Por qué tan largas?" -dice la niña, en su candor.
Y el velludo engañoso abrazado a la niña:
"¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor".

El cuerpecito rosa le dilata los ojos.
El terror en la niña los dilata también.
"Abuelita, decidme: ¿Por qué esos grandes ojos?"
"Corazoncito mío, para mirarte bien..."

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra
Tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
"Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?'
"Corazoncito, para devorarte mejor..."

Ha arrollado la bestia bajo sus pelos ásperos
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón;
y ha molido la carne, y ha molido los huesos,
y ha exprimido como una cereza el corazón.


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