INTRODUCCIÓN AL POEMA DE MARÍA - José Zorrilla


Las bellas octavas reales que siguen, formar parte de un magnífico poema que José Zorrilla dedicó a la madre de Jesús, la Virgen María.

Voy a contaros la divina historia
De una mujer, a quien el alma mía
Adora, y de quien son nombre y memoria
Objetos para mí de idolatría.
Bella cual la esperanza de la gloria,
No se aparta de mí noche ni día
Su casta imagen; mi pasión, mi dueño.
Con ella vivo, con su imagen sueño.

Templo es mi corazón en donde mora;
La conocí y la amó desde tan niño,
Que de mi infancia dividí en la aurora
Entre mi madre y ella mi cariño.
Su imagen tuve en mi primera hora
En frente de mi cuna; el desaliño
Del lecho maternal me la dejaba
Ver, y yo por mi madre la tomaba.

Su nombre fue el primero que mi labio
Aprendió a balbucear: nombre tan suave.
Que se le hiciera al compararle agravio
Al son del agua y al trinar del ave.
La ciencia ruin del universo sabio
Otro más dulce componer no sabe;
Porque es su nombre bálsamo que calma
El mal del cuerpo y el pesar del alma.

La tierra al despertarse le murmura
Percibiendo la luz del nuevo día;
Vaga en las nieblas de la noche oscura;
Reposa en un rincón del alma mía.
Yo le invoco en mis horas de amargura,
Le bendigo en mis horas de alegría;
Tres veces cada sol mi fe cristiana
Le oye del sacro templo en la campana.

Al oír ese nombre soberano,
Satán huyendo amedrentado ruge
Y el alma suelta que apresó su mano:
El mar se duerme, que soberbio muge;
Tórnase el huracán aire liviano:
Expira el trueno, que rodando cruje:
Se disipa en la atmósfera la peste.
Dios aplaca su furor celeste.

Yo idolatro este nombre. El mundo entero
Sabe ya que le adoro: yo le he escrito
Mil veces en mis versos, y le quiero
Escribir otras mil. Nombre bendito,
Luz de mi fe, de mi placer venero,
Quiero que halle en mi voz eco infinito,
Quiero que dure más que mi memoria,
Quiero que alumbre mi terrena gloria.

Quiero que de la tumba que se cave
Para que el polvo de mi ser reciba,
Sobre la piedra funeral se grabe;
Quiero que el dedo del amor le escriba
Sobre mi corazón, para que lave
Con su pureza mi maldad nativa,
Porque la tierra a su vital contacto,
Deje por él mi corazón intacto.

Y quiero, al dulce son del arpa mía,
Celebrar a la faz del universo
De este nombre la santa poesía
Con voz solemne y cadencioso verso.
Quiero el viento llenar de la armonía
De este glorioso nombre, y que disperso
Por sus espacios mi cantar resuene.
Y que su nombre el universo llene.

Azucenas de Abril, dad a mi aliento,
Al pronunciar su nombre, vuestro aroma;
Auras de la arboleda, el suave acento
Dadme del ruiseñor y la paloma.
En palabra al tornar mi pensamiento:
Plantas donde su miel la abeja toma,
Dadme de vuestros jugos la dulzura
Al hablar de su gloria y su hermosura.

Expirad a su nombre, terrenales
Cantares y profanas relaciones;
Desvaneceos, vientos mundanales,
Que embravecéis el mar de las pasiones:
Venid a oírme, y preparad, mortales,
A la luz y al placer los corazones;
Porque, en verdad, os digo que es su historia
Más grata que los himnos de la gloria.

Venid a mí, los que creéis que existe
Otro mundo mejor que nuestro mundo;
Venid, los que buscáis la sombra triste
Del solitario altar, en lo profundo
Del templo abandonado, que resiste
Al vendaval del siglo furibundo:
Venid, y os bañaréis en la ambrosía
Del dulcísimo nombre de María.

María, emanación del puro aliento
Del infinito Creador; María,
Augusta emperatriz del firmamento,
Gozo del triste, del perdido guía,
Madre buena del huérfano, alimento
Del alma casta, luz que en la agonía
Más allá del sepulcro, en lontananza
Alumbra la región de la esperanza.

María, arca sellada, guardadora
Del tesoro inmortal de la clemencia
De Dios; ser de su ser, fe del que ora,
Santuario del pudor, de la inocencia
Pabellón perfumado, sombreadora
Palma triunfal del Gólgota, excelencia
De los mundos creados, poesía
Del Paraíso, y germen de la mía.

Tal es el nombre y la mujer que canto;
Tal es el nombre y la mujer que adoro;
Yo me prosterno ante su nombre santo,
Y a la Señora de los cielos oro.
Débil mortal, cuando me atrevo a tanto,
Que nada soy para quien es no ignoro;
Mas me infundió mi madre su cariño,
Y no puedo olvidar mi amor de niño.

;Oh reina del cénit resplandeciente!
Voy a ser el cantor de tu existencia;
Mas tus ojos alumbran el Oriente,
Los astros de placer a tu presencia
Tiemblan, corona el sol tu regia frente,
Calza tus pies la luna, tu excelencia
No alcanza a comprender la criatura...
¿Qué ha de decir de ti mi lengua impura?

Tú, empero, inspiración vendrás a darme
Para hablar de tu gloria soberana;
Tú me darás vigor para elevarme
Sobre el turbión de la impiedad mundana;
Tú vendrás con tu manto a cobijarme
Cuando al morir me den tumba cristiana,
Y yo a tus pies invocaré tu nombre,
Libre al partir de la mansión del hombre.

Dios me inspiró al nacer la fe en que vivo;
Y Dios mi fe para cantar me ha dado
Gigante voz y corazón altivo;
El siglo, pues, me escuchará asombrado
Cantar la fe de mi país nativo,
Tal vez por su tormento arrebatado,
Mas de la fe de mis creencias lleno,
Con firme voz y corazón sereno.