La poesía que enseña cosas útiles


Aunque la esencia de la poesía no consista, según en otro lugar liemos dicho, en la transmisión de pensamientos o conceptos, lo cual es propio de la literatura en prosa, sin embargo, no son pocos los casos en que de una manera accidental lo di-dascálico o instructivo se une a lo poético. La historia de la literatura antigua y moderna nos ofrece de ello abundantes ejemplos.

El griego Hesíodo, que vivió, según distintas opiniones, entre los siglos doce, nueve, ocho o siete antes de Jesucristo, escribió el poema Obras y días, en el que se encomia el valor de la justicia y de la virtud al par que se enseñan las reglas principales de la agricultura. En el poema se nos muestra Hesíodo como un buen agricultor, de condición apacible y benévola, dispuesto en todo momento a demostrarnos que sobre las amarguras de la vida vierten su bálsamo consolador las alegrías del trabajo. Y si bien sus preceptos no tienen hoy para nosotros ninguna importancia práctica, su palabra es tan suave y dulce, que nos alienta y conmueve.

El poema de Hesíodo, especialmente por lo que toca al gobierno doméstico campesino, fue una de las fuentes adonde acudió el latino Virgilio cuando se preparaba a escribir aquella joya didascálica que se llama Geórgicas. Sin embargo, ninguna preparación teórica y libresca le habría valido de mucho si no hubiera sentido, como de hecho sentía, un verdadero y ardoroso amor al campo y a la tierra.

Así como el poeta griego se eleva por encima de todos los otros poetas didácticos de su país, del mismo modo Virgilio sobresale también entre los latinos no solamente como el mayor de los poetas épicos -en cuanto autor de la Eneida-, sino también como el más alto de los poetas didácticos, en cuanto es autor de las Geórgicas.

Fuera de esto, la literatura latina se muestra especialmente pródiga en producciones de poesía didascálica verdaderamente apreciables por su alto valor poético.

Entre éstas hay que contar sobre todo el magnífico poema filosófico-científico de Lucrecio, De Rerum Natura (Sobre la naturaleza de las cosas), en el cual se trata del origen del universo, de los dioses, de los diversos seres que lo pueblan y en especial del hombre, de la constitución y naturaleza del alma, del principio de la sociedad.

Por su parte, el gran lírico Horacio, uno de los poetas más refinados de la lengua latina, es también autor de una epístola didascálica, en la que se dirige a una persona para impartirle enseñanza; esta epístola suele titularse Arte poética, en la cual expone los principios y las reglas fundamentales de la composición poética, y constituye un verdadero código del buen gusto literario, según lo han reconocido innumerables generaciones de escritores y críticos.

En nuestra lengua tenemos también varios poemas didácticos, entre ellos: la Cirugía rimada, de Diego de Cobos, el Poema de la Pintura, de Pablo de Céspedes y el Arte Poética, de Martínez de la Rosa.

Si tomamos la poesía didáctica en una acepción más amplia, comprende además un gran número de composiciones poéticas cuyo propósito consiste en inculcar principios morales, y en tal concepto podríamos incluir en ella los libros sapienciales de la Biblia y en especial los Proverbios, de Salomón, así como la enorme producción fabulística surgida en todas las literaturas y que comprende desde las composiciones del semilegendario Esopo hasta las fábulas contemporáneas de Trilusa pasando por Pedro, el infante Juan Manuel, Lafontaine, Samaniego, Iriarte y otros innumerables autores de todas las lenguas y de todas las épocas.

También habría que incluir, en tal caso, las epístolas y odas morales, filosóficas y políticas, de las cuales tan pródigo se muestra el genio literario hispanoamericano.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que los poemas didácticos propiamente dichos exponen los principios de algún arte o ciencia con método y orden, obedeciendo a un plan y encadenamiento que les da unidad, y no son, por consiguiente, un conjunto de obras poéticas del mismo género, que se inspiran en un determinado asunto, como es el caso de las últimamente citadas. Esto no obsta para que tanto unas como otras, es decir, las propiamente didácticas y las que sólo pueden llamarse así por extensión, procuren unir la instrucción al deleite causado por la belleza de la forma, intentando realizar el ideal de Horacio: Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci (De toda alabanza se hizo acreedor el que mezcló lo útil con lo dulce).