Minnesinger, trovadores y juglares


Los minnesinger fueron durante algunos siglos una especie de vagabundos cantores, pero con el tiempo se hicieron cada vez más dignos de la estimación de la gente.

En el siglo xiii celebraban torneos literarios en los que competían por sus respectivas damas, a fin de probar quién de ellos sabía más y era más inspirado poeta.

Estos torneos, que al principio se celebraban en el campo y en las plazas públicas, fueron después vistos con agrado por los nobles y por los grandes señores, por lo cual comenzaron a celebrarse también en las. cortes feudales y en los castillos, aunque en ellos intervinieran hombres de humilde condición social, como el famoso zapatero Hans Sachs, de Nuremberg.

Mientras tanto, se habían revelado también los trovadores propiamente dichos, especialmente los provenzales que, desde el fin del siglo xi hasta, principios del xiv, fueron representantes de la poesía en el mediodía de Francia y norte de España. Guillermo IX, conde de Poitiers y de Aquitania, que vivió en el siglo xi, es el trovador más antiguo cuyas composiciones han llegado hasta nosotros. Pero así como los minnesinger germanos fueron todos gente del pueblo, entre los trovadores se contaron muchos nobles caballeros que, desde luego, produjeron composiciones más refinadas, que cantaban luego acompañándolas con el laúd, con la mandolina o con algún otro instrumento de cuerdas parecido.

Sus temas principales eran el amor y la galantería, pero a veces también solían cantar las hazañas guerreras, las justas y los torneos caballerescos, tan frecuentes en Europa durante aquellos siglos.

Su poesía no tuvo extraordinarios méritos estéticos, pero de todas maneras solía ser muy armoniosa y musical, con lo que, al halagar el oído, se hizo sumamente agradable al pueblo y a los nobles, ignorantes todos de otros más subidos valores literarios.

La mayor parte de estos trovadores solían ponerse al servicio de una dama, como si profesasen una orden de caballería, y se dedicaban a cantar sus gracias y a ensalzar sus perfecciones, le dedicaban sus coplas y le consagraban sus triunfos en las cortes señoriales, en las plazas y en los torneos poéticos.

En efecto, también ellos como los minnesinger, celebraban torneos poéticos a imagen y semejanza de los torneos de armas y el que demostraba ser mejor poeta, según el juicio de los jueces propuestos, era premiado con una corona de laurel y declarado Poeta laureatus. De tales justas poéticas se ha conservado la tradición en el mediodía de Francia y en Cataluña, donde se celebran con el nombre de Juegos Florales, según ya se hizo en Tolosa en el año 1223.

Los trovadores, muchos de los cuales eran de familias nobles y hasta príncipes, comenzaron a gozar de gran prestigio social. De la Provenza se extendieron al norte de Italia, Saboya, Cataluña, Aragón y Castilla. En estas cortes españolas fueron muy bien recibidos y comenzaron a poetizar primero en lengua galaico-portuguesa y luego también en castellano. Pronto se encargaron de interpretar sus composiciones los juglares. Eran éstos una especie de saltimbanquis y artistas de circo que, ya realizaban pruebas de agilidad física y de destreza manual, ya se encargaban de recitar leyendas, cuentos y coplas que por lo general no componían sino que recogían y aprendían de memoria. En España ya existían antes de que apareciesen los trovadores al estilo provenzal; habían comenzado siendo payasos, y como perfectos payasos acabaron. Su oficio era divertir al pueblo en la plaza pública y a los señores en los palacios y castillos diciendo chistes y agudezas, haciendo diversos juegos de prestidigitación y presentando algunos animalitos amaestrados.

Allí donde hubiese fiesta acudía el juglar a divertir al público. Así, muchos hacían una vida errante y llena de peripecias, pero otros gozaban de una existencia placentera en los palacios y no tenían que divertir a nadie más que a sus señores.

Por lo común se admite una diferencia entre trovadores y juglares; en general, puede decirse que los primeros eran los poetas o compositores de las obras, en tanto que los segundos eran sus ejecutantes. Sin embargo, en Castilla era corriente el uso de la palabra juglar para designar al poeta, como lo prueban los versos de ese monumento de la literatura castellana que es el “Libro de Alexandre”.

Desde el momento en que aparecieron los trovadores propiamente tales, es decir, los poetas que componían versos originales, quienes solían ser hombres de la nobleza y de la clase alta, muchos de estos juglares se pusieron a servirlos. Trovadores había que llevaban consigo dos, tres o más juglares, todos a sueldo y encargados de interpretar las composiciones de su amo. Eran, por tanto, al mismo tiempo actores, criados, secretarios, mensajeros, pajes y bufones.

Pero no faltaron tampoco los juglares que, aprovechándose del propio genio, se hicieron trovadores, elevando así un poco su categoría social. Y los hubo también que siendo más diestros que sus amos en el manejo del laúd y más afinados cantores, hicieron brillar talentos ajenos muy mediocres, en cortes y castillos. Entre los juglares, debió de haberlos sin duda, buenos y malos, ingeniosos y torpes, notables y adocenados, de la misma manera que hoy tenemos comediantes que se distinguen unos de otros por sus mejores aptitudes y su más claro talento. De modo que los que llegaron a alcanzar alguna fama decidieron vivir independientes, realizando sus giras artísticas por cuenta propia e interpretando las composiciones de los trovadores según su propio criterio, alternándolas con sus propios donaires y ejercicios circenses. En general podemos decir, sin embargo, que la profesión de juglar fue considerada durante toda la Edad Media corno un oficio bajo y degradante, y los juglares, como más tarde sus continuadores los actores de teatro, se vieron sujetos a numerosas discriminaciones de carácter legal y social que los colocaban en una situación de verdadera inferioridad con respecto a otras profesiones y oficios manuales. Y aun en pleno Renacimiento, un actor y autor tan ingenioso como Lope de Rueda, verdadero padre de nuestro teatro cómico, tuvo que ganarse la vida penosamente yendo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad como un saltimbanqui o un farandulero cualquiera, siendo objeto con frecuencia de burlas y escarnios y teniendo que huir a veces, apedreado con su compañía, de aquellos lugares donde había hecho gala de su ingenio y de su extraordinaria comicidad. El triunfo en sociedad del actor y del artista pertenece en realidad a la Edad Moderna, en la cual un creciente sentido igualitario tiende a prescindir cada vez más de las diferencias de nacimiento y de origen para fijarse más bien en las dotes espirituales y en los méritos y talentos personales de cada individuo.


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