El verso castellano; sus principales elementos métricos


Esto no obstante y a pesar de que la esencia de la poesía no puede ponerse en la estructura prosódica o métrica del lenguaje, esta estructura, que origina el verso, suele ser con mucha frecuencia empleada como precioso instrumento poético. El griego y el latín poseían una métrica basada en las cantidades silábicas de cuyas combinaciones surgían los pies y los versos. En otros idiomas la métrica se basó en el acento silábico o, como en el hebreo, en el simple paralelismo de las ideas. En las lenguas neolatinas (el castellano es una de ellas) los elementos métricos son por lo general tres: el número de sílabas, el acento rítmico y la rima. Los dos primeros suelen considerarse esenciales al verso, mientras que la rima se tiene por elemento accidental, ya que se pueden escribir versos formalmente perfectos sin rima, pero no sin tener en cuenta el número de sílabas y el acento rítmico. Sin embargo, la mayor parte de los versos castellanos son rimados, es decir, coinciden al final con uno determinado, por ejemplo, en éstos de Federico Balart:

Pobres hojas caídas de la arboleda,
sin su verdor el alma desnuda queda.

Esta coincidencia del sonido final se llama consonancia, puesto que todas las letras de ambas palabras son iguales a partir del acento. Esta rima se suele llamar también rima perfecta, pero existe además otra denominada asonante o rima imperfecta, en la cual sólo coinciden la vocal acentuada y la vocal final. He aquí un ejemplo de asonante, de Luis de Góngora:

¿Quién pudiera imaginar,
viendo tus golpes crueles,
que cupiera alma tan tierna
en pecho tan duro y fuerte?

Los elementos esenciales del verso son, como queda dicho, el número de sílabas y el acento rítmico. Los versos sin rima, es decir, los que sólo cuentan con estos elementos que hemos considerado esenciales, reciben el nombre de versos libres, llanos o blancos. Sirvan de ejemplo los siguientes, de Gaspar M. de Jovellanos:

Desde el oculto y venerable asilo
do la virtud austera y penitente
vive ignorada y del liviano mundo
huida, en santa soledad se esconde,
el triste Fabio al venturoso Anfriso
salud en versos flébiles envía.

Para contar el número de sílabas de un verso es necesario tener en cuenta la existencia de algunas reglas particulares. En primer lugar, a los versos que acaban en palabra aguda se les cuenta una sílaba más, en tanto a los que acaban en esdrújula se les cuenta una sílaba menos. Así, por ejemplo, estos dos versos de Calderón tienen ocho y siete sílabas respectivamente, pero el segundo se considera también de ocho por acabar en palabra aguda:

Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,

En cambio tendrá once sílabas, aunque prosódicamente tenga doce, el siguiente:

Un gato pedantísimo retórico.

Por otra parte, también hay que tener en cuenta la sinalefa, que consiste en pronunciar y contar como una sola sílaba la vocal en que termina un vocablo y aquella con que empieza el siguiente. Así en este verso de Don Juan Tenorio

Quien nunca a ti se volvió,

las sílabas se contarán de esta manera:

Quien-nun-caa-tí-se-vol-vió

Otra de las cosas que hay que considerar cuando se miden los versos es la sinéresis, que consiste en pronunciar (dentro de una palabra) dos vocales que no forman diptongo como si lo formaran, según puede verse en el siguiente ejemplo:

Fue lealtad de nuestro pecho.

Lo contrario de la sinéresis es la diéresis, que se da cuando de dos vocales que (dentro de una palabra) forman diptongo se hacen dos sílabas, como en este caso:

Al hijo de Albión que fatigado.

Finalmente, es necesario hacer notar, aun cuando no podamos detenernos en ello, que los versos llamados de arte mayor, es decir, los que constan de un número par de sílabas, mayor de ocho, pueden estar divididos en hemistiquios o partes iguales por una cesura, que es una pausa o corte que se hace en el verso, y llevan los acentos rítmicos en lugares determinados.