Lastimosa historia de la cruzada de niños


Otra cosa nos refiere la historia de las Cruzadas, que no pertenece en realidad a nuestro libro de Hombres y mujeres célebres, pues habla de una muchedumbre de niños a quienes se permitió emprender una cruzada y a la que se abandonó a sus propios recursos. Forzoso es suponer que sus padres los dejaron ir porque creyeron que Dios obraría un milagro en su favor; pero la Sagrada Escritura y los santos nos enseñan que, si alguien comete una imprudencia, Dios no hará un milagro para librarle de los efectos desastrosos de su locura. Como quiera que sea, fue extraordinario el número de niños a quienes se permitió reunirse en Francia y atravesar el mar para ir a Tierra Santa. De los treinta mil niños reunidos, diez mil se extraviaron antes de llegar al mar, y nadie sabe si de este número volvió alguno a su casa. Cuando los demás llegaron a la playa, creyeron los infelices que Dios mandaría retroceder las aguas para que pudiesen hacer el viaje a Palestina a pie enjuto, a la manera que pasaron el mar Rojo los hijos de Israel. Y sucedió, que mientras aguardaban con esta vana esperanza, hubo hombres desalmados que, viendo su situación, les dijeron: «Os llevaremos en nuestros buques, no por dinero sino por amor a la Santa Cruz: embarcad todos los que quepáis». Y embarcaron como unos cinco mil de ellos. Hiciéronse a la vela gozosísimos, pero, cuando hubieron cruzado el mar, aquellos malvados los llevaron a los mercados de esclavos de los turcos y los vendieron.

A ocho asciende el número de las Cruzadas, y aunque en ellas tomaron la Cruz muchos hombres célebres, tales como el emperador alemán Federico II y el príncipe inglés Eduardo, que más tarde fue rey y se llamó Eduardo I, parece, sin embargo, que sólo uno pensó en la Tierra Santa con acendrada fe y pureza de sentimientos y peleó con denuedo por la gloria de Dios. Fue Luis IX, rey de Francia, que mereció el calificativo de Santo, porque, habiendo demostrado ser uno de los mejores reyes de su país, y ganado tal reputación de sabio y virtuoso que aun de lejanas tierras acudía la gente a someterse a su juicio y oír el fallo de su justicia, dejó su reino obedeciendo a lo que él creyó llamamiento divino.

Mas, dada su sencillez de ánimo, también él estaba condenado a fracasar en la empresa, ya por los celos y rencillas entre los jefes, ya porque Luis carecía de las dotes de un gran general. Y así sucedió que, al fin, cuando el ejército estaba ya casi destrozado, cayó sobre él un gran número de sarracenos, quienes lo vencieron, a pesar del valor con que lucharon el mismo rey y otros muchos de sus caballeros. San Luis fue hecho prisionero, y puesto en libertad a costa de una gran suma. De todos los que tomaron parte en las Cruzadas, Ricardo Corazón de León alcanzó mayor nombradía por sus proezas en las batallas; pero los nombres más dignos de ser honrados fueron los de Godofredo de Bouillón y san Luis de Francia.