La Roma de nuestros días es una ciudad monumental


Pero si la grandeza de la antigua Roma es impresionante, no lo es menos la de la moderna. Capital de Italia desde la unificación de la península, en 1870, Roma fue teatro de varios intentos de reestructuración urbanística, que provocaron la destrucción de muchos monumentos y edificios antiguos, entre ellos el palacio-fortaleza que ordenara erigir el papa Paulo III; en su lugar se alzó el mausoleo de Víctor Manuel II, bajo cuyo cetro concretóse la unidad de Italia. En los dos primeros decenios del siglo se levantaron la mayor parte de los grandes edificios de la administración pública, como el Palacio de la Banca de Italia, el Museo de Arte Moderno, la Universidad Gregoriana. En 1931 se inició un plan de reformas de la ciudad, el de mayor envergadura de los concebidos hasta entonces, el cual fue puesto en práctica con la celeridad que caracterizó las empresas de aquella época, respetando en todo lo posible el ambiente artístico y monumental. Así se pudieron salvar casi íntegramente las zonas más características de la ciudad vieja, como el barrio del Transtévere, el del Renacimiento y el de plaza de España, uno de los más nobles y ricos en tiempos pasados. La zona urbana fue ampliada en más de nueve mil hectáreas, espacio capaz de dar acogida a no menos de un millón de personas. Pero tal vez la más importante obra de las realizadas entonces haya sido la apertura de la Vía del Imperio, que enlaza el Coliseo con la plaza Venecia, entre los montes Esquilmo y Palatino, y bordea la amplia zona que abarca el antiguo Foro.