Cómo unos emigrantes se establecieron en una faja de tierra y se convirtieron en marinos


Durante los años en que esta vieja civilización florecía a orillas del mar Egeo, muchos emigraron hacia Occidente desde sus lares de la cuenca baja del Eufrates, en donde la vida era tan rica y tan pletórica que sentía constantemente necesidad de más ancho espacio. Una de estas familias, conocida por el nombre de fenicios, se estableció como ya Abraham, de la misma raza, había hecho mucho tiempo antes, en Siria, región comprendida entre el Asia Menor y Egipto. Estos fenicios ocuparon una estrecha faja de tierra, de unos 320 kilómetros de largo por unos 35 de ancho, entre el mar y los montes de Siria, donde crecían los famosos cedros del Líbano. Gente emprenderá e inteligente, pronto fueron los marinos más osados y los más prósperos mercaderes. Situados a la mitad del camino entre Oriente y Occidente, convirtiéronse en los mensajeros comerciales del mundo conocido; los productos de los viejos imperios del Nilo y del Eufrates pasaban por sus manos, y eran llevados en sus pequeños navíos a donde quiera que hallaran un mercado para negociar y, al mismo tiempo, contribuían al intercambio de las manifestaciones culturales de los distintos pueblos.

Cada vez avanzaban más en su camino y emplazaban fortificaciones con que defender su comercio, de un modo semejante a lo que millares de años más tarde hicieron los holandeses, franceses e ingleses. Eran marineros y metalúrgicos, además; y en busca de plata pasaron las Columnas de Hércules y fundaron Gades o Cádiz, de cara al ancho Océano. Movidos por el rumor de que en islas distantes hallarían estaño, llegaron al golfo de Vizcaya y desembarcaron en Cornualles. Los fenicios descubrieron las islas de Gran Bretaña.