Florecimiento de las ciudades holandesas y belgas


Es cosa harto conocida que la formación de ciudades importantes ha favorecido la causa de la libertad. Aun cuando las ciudades de los Países Bajos no sean tan antiguas como algunas de Francia, Alemania o Italia, las hay, sin embargo, que datan de tiempo bastante remoto. Cuando el comercio recibió de las Cruzadas un fuerte impulso, las ciudades que se hallaban a lo largo del gran camino de Norte a Sur, crecieron rápidamente en riqueza y poderío. Desde el siglo xiii al siglo xv, las ciudades de los Países Bajos mantuvieron grandes relaciones comerciales con las de la famosa Liga Anseática, de la que nos ocupamos en otro lugar. En el siglo xiv, alrededor de Malinas, actualmente centro de los ferrocarriles belgas, había 3.000 fábricas de géneros de lana; Gante contaba con 40.000 obreros, y los orfebres de Brujas eran tantos, que en tiempo de guerra formaban un regimiento especial. Delf, Haarlem, Rotterdam, Amsterdam, aunque muy a menudo devastadas por las continuas luchas entre señores terratenientes y ciudadanos, eran ciudades riquísimas. Aparte de las telas de lana y de los famosos terciopelos, los telares flamencos producían ya magníficos tejidos de lino; aun hoy se llama de Flandes a los lienzos más finos de hilo, y de Holanda a otro género análogo, muy estimado. Añadamos a esto que, entre los más delicados encajes que gozan de bien merecida fama en todo el mundo, se cuentan los de Brujas o Malinas.

Pero en tanto que el comercio y la industria prosperaban, y las escenas de violencia se sucedían en las calles de aquellas ciudades florecientes, la lucha contra los elementos era incesante. Si los vientos huracanados acumulaban montes de arena sobre las playas del mar, los holandeses plantaban en ellos hierbas resistentes, que con sus enmarañadas raíces daban consistencia al suelo, formando así un dique natural. Si los ríos se salían de madre, sus orillas eran reforzadas y hechas más altas; y así, poco a poco, a fuerza de paciencia y tenacidad, llegaron a saber construir diques contra las tempestuosas mareas, a excavar canales y a desecar lagos y pantanos.

De cuando en cuando, no obstante, se vengaba el terrible mar, de improviso y ciegamente; y así fue que en el siglo xiii el océano invadió a Holanda y formó el Zuiderzee. Sin embargo, los holandeses no se han resignado a sufrir esta intrusión del mar en su territorio y maduraron los proyectos para desecar esta gran extensión de agua; de modo que casi todo el Zuiderzee es, de nuevo, vasto territorio fertilísimo.