Bélgica y Holanda sufren una invasión conjunta


La segunda Guerra Mundial azotó terriblemente a estos dos pequeños y laboriosos países. Alemania no respetó su neutralidad; por razones estratégicas, como en la guerra anterior, sus ejércitos invadieron a Bélgica, y pronto ocuparon todo el país, venciendo con sus divisiones blindadas a las heroicas tropas belgas. El rey se rindió y fue confinado en un castillo. Los demás miembros del gobierno consiguieron huir y formaron un gobierno en el exilio con residencia en Londres. Desde allí fue dirigida la resistencia interna y secreta contra el invasor, en cuyo historial muchos actos de heroísmo hablan del perenne amor por la libertad que profesa este pueblo. Los belgas que podían huir de su patria ocupada corrían a engrosar las divisiones nacionales que, junto con los aliados, años después, volverían a liberar su país.

Holanda, cuya neutralidad fuera respetada en la primera Guerra Mundial, cayó esta vez víctima de la expansión alemana. Sus principales ciudades fueron bombardeadas ante la tenaz resistencia de su pequeño ejército, y Rotterdam fue casi destruida desde el aire. La reina Guillermina, entonces soberana, prefirió el exilio a la tutela del enemigo, y desde Londres encabezó el gobierno que luchó para la recuperación del país.