Los descubridores y explotadores de la costa atlántica


Los primeros europeos que vieron tierras del Canadá fueron los normandos, cuando en el año 1000 los navegantes Leif y Bjorm costearon parle de la Nueva Escocia y navegaron en aguas del golfo de San Lorenzo. Estos audaces exploradores llamaron Vinlandia a los países descubiertos, por ser en ellos extremadamente común la vid silvestre.

Más de un siglo después, en 1121, un obispo groenlandés pasó a aquel país y en él predicó el cristianismo a los indígenas, que sostenían cruda guerra con los colonizadores normandos. El mutuo interés y sanas reflexiones no tardaron en obligar a unos y otros a pactar relaciones amistosas, y así las gentes del país, llamadas eskrelingos (enanos) por los normandos, se dedicaron al comercio de pieles, que estos últimos compraban y exportaban posteriormente.

Pero de los descubrimientos de los normandos apenas se tuvo noticia en Europa; por tal razón, generalmente se considera como descubridores de aquel país a los navegantes Juan y Sebastián Cabot o Gaboto. En efecto, no viendo con buenos ojos el rey Enrique VII de Inglaterra las grandes adquisiciones que España hacía de territorios en el Nuevo Mundo, envió a estos dos marinos venecianos al descubrimiento y conquista de nuevas tierras. En el año 1499, en el tercer viaje que hicieron, llegaron a la costa del Labrador, al nordeste del actual Canadá. El año siguiente, Sebastián Cabot vio la isla de Terranova, ya conocida anteriormente por los normandos y los vascos, y atravesó el golfo de San Lorenzo.

Siguieron a estos navegantes en sus viajes al Canadá marinos españoles, portugueses y franceses, los cuales reconocieron los mares circundantes.

En 1523, el italiano Juan Verazzani o Verrazano, enviado en expedición por el rey Francisco I de Francia, descubrió la Florida, bordeó las costas norteamericanas hasta más allá del Maine, tomó posesión de las orillas del San Lorenzo, en nombre del soberano francés, y dio por nombre a aquel territorio La Nouvelle France.

Satisfecho Francisco I por el feliz resultado de la expedición, dispuso que se hiciera enseguida otra, cuya suerte fue fatal, pues no se volvió a tener noticia alguna de Verazzani ni del resto de los expedicionarios.

Solamente diez años más tarde (intervalo debido a las guerras que en esa época sostuvo la nación francesa y a otras dificultades) pudo dicho monarca ordenar otra nueva expedición, cuyo mando fue confiado a Jacobo Cartier, atrevido marino, que ya había llevado a cabo arriesgados viajes por aquellas regiones.

Cartier zarpó de Saint Malo (Francia) con dos reducidos buques, cuya tripulación estaba formada por ciento veinte hombres, y veinte días después llegó a Terranova. Se internó luego en el Golfo de San Lorenzo, y, remontando el curso del río del mismo nombre, llegó hasta el lugar en que hoy se halla la ciudad de Montreal, donde más tarde estableció una colonia, y regresó a Francia en 1543.