La insurrección del pueblo canadiense y sus consecuencias


Este sistema de gobierno existió en el Canadá durante medio siglo, y subsistiría probablemente aún, si los canadienses no se hubieran sublevado al fin ante tal abuso.

Cuando, en 1837, la reina Victoria subió al trono de Gran Bretaña, el pueblo apeló a las armas, y se formaron varias partidas de insurrectos en la provincia del Bajo Canadá.

La Asamblea del país envió a la metrópoli un capitulo de quejas reunidas en noventa y nueve resoluciones, y el Parlamento británico contestó suspendiendo la ley del Canadá y declarando la provincia en estado de guerra. Poco tiempo después también se alzó en armas el Alto Canadá, pero la rebelión fue sofocada.

De estos hechos apenas se tenía noticia pública en Inglaterra, hasta que, en 1839, llegaron a Liverpool, de tránsito para la tierra de Van Diemen, doce canadienses condenados a deportación. El pueblo inglés se enteró entonces de lo que ocurría, y algunos que simpatizaron con los colonos expidieron mandamientos de hábeas corpus, y los presos quedaron en libertad. Este incidente dio origen a una investigación, la cual disipó la ignorancia, y, por último, la fuerza de la opinión pública consiguió que los políticos se hicieran cargo de la situación y que se aplicara el verdadero remedio a ese estado de cosas.