El ventisquero de Rogenlaui y la cascada de Reichenbach


Al anochecer buscamos refugio en un aserradero, y a la mañana siguiente presenciamos el funcionamiento dela maquinaria, movida por un salto de agua. Pero nos llaman Rogenlaui, con su admirable garganta, y ¡los espléndidos saltos de Reichenbach, tan espumosos, así como el romántico paso, todo lleno de rocas y helechos y con árboles muy frondosos. Luego, dejando a un lado Meiringen, seguimos nuestro camino por la garganta del Aar, hacia Innertkirchen. Descansamos por la noche sosegadamente, y al amanecer nos sentimos con nuevos ánimos para trepar hasta lo alto del monótono Genthal. Se va disipando la niebla, cuando pasamos por el hermoso lago de Engsitlen, atrechos sombrío y a trechos brillante, y se ofrece en seguida a nuestros ojos él majestuoso monte Titlis, apenas llegamos al paso de Joch, y comenzamos a descender por los senderos en declive que atraviesan los bosques, en dirección a Engelberg. Nos quedamos esa noche en el hotel Hess, donde se detienen frecuentemente los turistas antes de emprender su ¡ascensión a la cumbre del Titlis. Desde allí se domina un vasto y espléndido panorama, que comprende todos los Alpes, desde Saboya hasta el tiro, y por el norte de Suiza, hasta el sur de Alemania.

Sólo echamos una ojeada a Engelberg, al verde valle y a la enorme abadía, pues debemos tomar el tren que cruza por parajes famosos en la historia de Suiza y que, por Sans, ha de conducirnos al lago de Lucerna. Pero nuestro punto de descanso es Dallenwil, una pequeña estación de la vía férrea. De allí subimos, siguiendo un sendero muy escarpado y atravesando pastos y bosques, paral caminar casi a gatas durante tres horas. Cruzamos un río y seguimos subiendo por una colina muy escarpada, hasta llegar al Bajo Reichenbach. No hay camino para carruajes, de suerte que la única manera de llegar allí es hacer el trayecto cabalgando en una mula o, mejor, a pie, si se dispone de piernas resistentes. También hay turistas que se hacen conducir en una silla, por los guías.

El equipaje, los alimentos, los muebles, todo ha de ser transportado así. Estamos satisfechos de ver a nuestro lado los maletines de viaje, pues así podremos detenernos en este lugar durante toda una semana, para recorrer las cercanías, tan pintorescas, y gozar de la deliciosa tranquilidad y excelente confort del hotel donde nos hospedamos. En un convento cercano pasan sus vacaciones muchos niños, cuyos entretenimientos nos seducen. Las monjas del convento preparan dúos que acompañan al piano, cantos accionados y recitaciones, todo a cargo de los escolares. Hay también un orfeón infantil, que dirige un anciano sacerdote, por quien somos recibidos con exquisita amabilidad.

En nuestras diarias excursiones nos extraviamos con frecuencia, lo cual nos proporciona ratos muy divertidos. Y vemos a los niños que están al cuidado de las vacas, en los pastos, y a las monjas que recogen el heno, tocadas con un sombrero sobre el velo. Aumentamos nuestra colección de flores y fotografías, y respiramos a todo pulmón el aire purísimo de aquellas alturas.