El alegre son de los cencerros despierta a los turistas


Desde nuestra ventana vernos retornar los rebaños de cabras que pasaron el día pastando en el monte. Del mismo modo, nos despierta por la mañana el alegre son de sus esquilas, indicándonos que parten los rebaños después de haber salido el Sol gloriosamente. Nos quedamos en Mürren algunos días, dos de ellos a causa de la humedad, que es intensa; río hay vistas, ni luces, ni se ve a las ¡lindas muchachitas encajeras, tan afanosas siempre por vender sus encajes a los turistas. Nos dedicamos, durante estos dos días sombríos, a consultar nuestras guías y a escribir cartas a los amigos; pero, al fin, llega el buen tiempo, y entonces gozamos en largos paseos. ¡Y qué paseos! Cada día nos parece ver algo más hermoso que lo visto el día anterior. Pero lo que no se olvida es el Schilthorn, nuestra primera gran ascensión. Subimos, subimos sin parar, hasta que llegamos a una planicie yerma, toda llena de roquedades y nieve. La cruzamos, hundiéndonos en la nieve casi hasta las rodillas, y al final viene a saludarnos algo así como un soplo azul; azul es el paisaje, azul oscuro, que luego se aclara trocándose de un azul pálido; es el soplo azul que asciende del lago, del fondo azul, muy azul. Y extendiéndose por encima de todo, está el más azul de los cielos. El descenso es difícil, y tenemos que hacerlo con sumo cuidado. Nos entusiasma el hecho de tener que cruzar un río saltando sobre aisladas rocas que resisten, firmes, en medio de la corriente.

Hacemos otra hermosa excursión. Dejamos Mürren muy de madrugada, otra vez cargados con nuestras mochilas, y habiendo enviado el equipaje al Bajo Reichenbach, caminamos durante cuatro o cinco días. Pronto nos internamos por el camino que parte de Gimmelwald, y descendemos hasta el valle de Lauterbrunnen, cuyo nombre nos explicamos perfectamente: allí todo es agua; corren tumultuosos los torrentes, y se precipitan las cascadas espumosas, algunas desde una altura de 30 metros. A través de la niebla sutil, brillan los colores del arco iris. Nos internamos en los bosques, por senderos que se retuercen como para prepararnos nuevas y encantadoras sorpresas.

Inopinadamente nos encontramos al pie de una eminencia formidable y ¡oh! en sus cimas se levanta uno de los hoteles de Mürren. Por el otro lado están los despeñaderos que descienden hasta el Jungfrau. Trepando un poco, llegamos a los saltos de Tummelbach, donde las aguas corren vertiginosamente por hendiduras rocosas, abiertas en el mismo corazón! de la montaña. Tenemos que resguardarnos del rocío con paraguas que nos proporcionan los muchachos de aquellos contornos, y vemos luego cómo el agua se precipita, dando un ¡brinco en el aire, sobre un río que corre velozmente en el fondo del valle.

Descendemos a él, y en nuestro camino nos encontramos con un amable profesor suizo quien nos cuenta que estuvo en Nueva York, instruyendo niños en una escuela, y nos da luego preciosos informes de interesantes puntos de Zurich, donde reside habitualmente. Así se despierta en nosotros el deseo de visitarlos. Nos admira el profesor por su resistencia de andarín; cuando al fin nos despedimos de él, sentimos mucho tener que decirle adiós. Lo vemos marchar hacia Interlaken, mientras nosotros nos quedamos en Lauterbrunnen, en el mismo punto del valle donde se inició nuestra ascensión a Mürren.