Para abastecer a los colonizadores fue necesaria la importación de ganado y semillas


En Australia no había ni animales ni plantas útiles que suministraran alimento o vestido. Sabiéndolo así la pequeña flota que conducía a los deportados se había provisto en el Cabo de Buena Esperanza del ganado y de las simientes indispensables para hacer frente a las primeras necesidades. Pero el corto número de bueyes, caballos, ovejas y demás animales llevados entonces, no podía bastar en los primeros tiempos para suplir la absoluta falta de todo aquello que sirve para la vida del europeo; y así, al principio, los nuevos colonos sufrieron bastante el hambre y otras mil privaciones más.

Por eso, durante muchos años, los progresos de la colonización fueron bastantes lentos. A pesar de todo, muchos voluntarios se trasladaron al nuevo continente y se establecieron en las fértiles llanuras orientales y en la bella isla de Tasmania, separada de Australia por el estrecho de Bass.

A principios del siglo xix, una raza de ovejas y carneros, famosa por la excelencia de sus lanas, fue introducida en Australia, y se aclimató maravillosamente en el país. Casi al mismo tiempo, los colonos transpusieron las montañas Azules, que les cerraban el paso hacia el interior del continente, y encontraron pastos abundantes, buenos para nutrir un número ilimitado de animales. Estos pastos de ganado han sido llamados, con legítimo derecho, la fortuna de Australia.

Al aumento de la población contribuyeron los sucesos políticos, es decir, el fin de las guerras napoleónicas, por las cuales, después de Waterloo, muchos soldados se encontraron sin ocupación; a éstos se unieron también numerosos operarios que quedaron sin trabajo por la introducción de las máquinas en los diversos oficios. Unos y otros emigraron, en busca de fortuna, a las más lejanas colonias.

Muchos de los nuevos colonos se hicieron pastores en las vastas llanuras del interior; otros compraron o tomaron en arriendo terrenos y se dedicaron a la agricultura.