UN RICO POBRE - León Tolstoi


Hubo un hombre que, habiéndose acostado, no pudo dormir en toda la noche.

Pensaba: “¿Por qué la vida es tan penosa para los pobres? ¿Y por qué los ricos acumulan tanto dinero? Tienen cajas llenas de oro, y sin embargo, prívanse de todo para seguir amontonando. Si yo fuera rico, no viviría de igual modo; daríame buena vida, y procuraría que no fuese peor la de los demás”.

De pronto oyó una voz que le decía:

-¿Quieres ser rico? He aquí una bolsa; no hay en ella más que una moneda; pero en cuanto la saques, otra la reemplazará. Saca todas las monedas que quieras, y en seguida echa la bolsa al río. Mas, antes de echar al río la bolsa, no gastes ninguna de las monedas, porque el resto se te volverá piedras.

El hombre estaba loco de alegría. Cuando se sintió un poco más tranquilo ocupóse del regalo.

Y apenas había sacado una moneda, cuando en el fondo de la bolsa vio que surgía otra.

--¡La felicidad es mía! -murmuró-. Toda la noche pasaré sacando monedas, y mañana seré rico. Mañana echaré la bolsa al agua, y desde entonces podré vivir cómodamente.

Pero, llegada la mañana, cambió de parecer.

-Si quiero tener doble que esto -se dijo- con estar un día más ante la bolsa lo tendré.

Y también pasó aquel día extrayendo monedas.

Al día siguiente más, al otro más... No podía decidirse a dejar la bolsa.

En esto sintió hambre, y entonces recordó que sólo disponía de alguno que otro pedazo de pan negro.

Ir a comprar otra cosa era imposible; porque en el momento su dinero convertiríase en piedras.

Hubiera querido comer, pero de ningún modo separarse de su bolsa. Comió, pues, el desgraciado, de aquel pan negro y duro; luego continuó sacando oro. Ni aun por las noches descansaba.

Pasó de esta manera una semana, un mes, un año. ¿Quién se hubiera contentado teniendo cierta cantidad? ¡Todo el mundo quiere acaparar lo más que pueda!

El hombre aquel hace una vida de mendigo, ha olvidado que deseó vivir para su placer y el de sus semejantes.

De vez en cuando toma una gran resolución; aproxímase al río para arrojar la bolsa al agua; pero se arrepiente y se retira al punto. Hoy está viejo, amarillento como su oro, mas no puede cesar en su tarea.

Y así muere, pobre, echado en un jergón, y con la bolsa entre las manos.


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