LOS TRES PELOS DEL DIABLO


Había en cierta aldea un hombre que tenía un hijo nacido con tan buena estrella, que, al decir de una hechicera errante por aquellos lugares, llegaría nada menos que a casarse a los catorce años con la hija del rey.

El aldeano, que era muy pobre, velaba constantemente por la salud de su hijo, privándose de lo más necesario para que nada faltase al niño sobre cuyas sienes se le antojaba ya ver ceñida la corona real.

Entre tan risueñas esperanzas pasaban los días cuando he aquí que una tarde llegó a la aldea un forastero, un extraño personaje.

Cual suele acaecer en tales casos y semejantes lugares, corrió la noticia de su llegada de puerta en puerta; y no tardó en verse rodeado de desarrapados chiquillos y curiosas comadres que, después de acosarlo a preguntas, no tardaron en ponerlo al corriente de cuanto ocurría en el lugar, y de un modo especial del nacimiento de aquel niño y de las notables predicciones de la hechicera.

El forastero, que no era otro sino el mismo rey en persona que gustaba visitar de incógnito su pueblo, oyó con desagrado la peregrina noticia, por lo que se dirigió a la casa del prodigioso niño y ofreció a sus padres una bolsa repleta de oro si le confiaban el hijo a su cuidado.

-Dadme el recién nacido y yo lo educaré, ya que vosotros sois pobres.

Los padres se negaron; pero el rey insistió. Entonces ellos accedieron y le dijeron:

-Nuestro hijo ha nacido de pie, y por tanto, todo le saldrá bien mientras viva.

El rey colocó al niño en una caja y lo arrojó a un río. Pero la caja, en vez de irse a fondo, quedó flotando y la corriente la arrastró hasta un molino, y el molinero y su mujer, que no tenían hijos, trataron muy bien al que el río les había traído.

Al cabo de algunos años el rey entró en el molino y preguntó al molinero si aquel joven era hijo suyo.

-No, señor: lo encontré en el río metido en una caja.

El rey recordó entonces que era el niño que había nacido de pie.

--Buenas gentes -les dijo-, necesito que este joven lleve una carta a mi esposa, la reina.

En la carta decía a la reina que mandase matar al dador.

El muchacho se puso en camino con la carta, pero se extravió y llegó a un bosque; en él había una casita pequeña y medio arruinada, donde halló a una vieja sentada cerca de la lumbre, que le preguntó:

-¿Qué vienes a buscar aquí?

--Llevo una carta a la reina; me he perdido en el camino, y deseo pasar la noche aquí.

-Mira que esta casa es una cueva de ladrones, y si te encuentran aquí te matarán.

-Yo no tengo miedo -dijo el joven-. Además, estoy tan cansado, que no puedo continuar.

Se echó sobre un banco y se durmió. Cuando llegaron los ladrones les dijo la vieja:

-Este pobre muchacho se ha perdido en el bosque; como venía rendido, me ha dado lástima. Lleva una carta para la reina.

Los ladrones vieron que la carta contenía la orden de dar muerte al portador, y el capitán la rompió y escribió otra en que decía a la reina que, tan pronto como la recibiese, casara a la joven princesa con el dador de la carta.

El joven entregó la carta a la reina, y las bodas se celebraron con gran magnificencia. La hija del rey estaba muy contenta, porque el muchacho era guapo y amable como él solo.

Pocos meses después regresó el rey y vio que se había cumplido la predicción de la hechicera. Llenóse de ira porque le habían cambiado la carta, y dijo al joven:

-Esto no puede quedar así. Anda, tráeme tres pelos de la cabeza del diablo, y entonces podrás vivir con la princesa.

Al mandarle esto, el rey creía que no volvería más.

-Yo no tengo miedo a nada -dijo el joven-: buscaré los tres pelos del diablo.

Y se puso en camino.

Llegó a una ciudad, y el centinela le preguntó por qué la fuente del mercado, que daba siempre vino, se había secado.

-A mi regreso os lo diré.

Andando, andando, llegó delante de otra ciudad: el centinela le preguntó por qué el árbol que antes daba manzanas de oro se había secado.

-A mi regreso os lo diré.

Mucho más lejos llegó delante de un ancho río, que necesitaba pasar y no sabía cómo. A poco se le acercó un barquero, quien le preguntó si había de permanecer siempre ocupando aquel puesto.

-Espera un poco, te lo diré a mi vuelta por aquí.

Al otro lado del río halló la boca del Infierno, que era muy negra. El diablo no se hallaba en su habitación, pero sí el ama de llaves, la cual estaba sentada en un sillón grande haciendo calceta.

-¿Qué deseas? -le preguntó la horrible vieja.

--Necesito tres pelos de la cabeza del diablo.

-Mucho has pedido -le dijo-. Sin embargo, me has agradado y voy a ayudarte.

Y convirtiéndolo en hormiga, lo ocultó cuidadosamente entre los pliegues de su negro vestido.

-Necesito además saber tres cosas: por qué una fuente que manaba siempre vino no mana ya; por qué un árbol que daba manzanas de oro se ha secado, y por qué cierto barquero sigue en su puesto sin ser relevado.

-Ya escucharás lo que diga el diablo cuando le arranque los pelos.

-¡Aquí huele a carne humana! -dijo el diablo cuando entró en su casa.

-¡Tú siempre estás oliendo a carne humana! ¡Vamos, siéntate y calla!

En cuanto cenó el diablo, puso la cabeza en las rodillas de la vieja y le dijo que lo espulgase un poco. No tardó en dormirse, y la vieja le arrancó un pelo.

-¿Qué haces? -dijo el diablo.

-He tenido un mal sueño y te he tirado de los pelos.

-¿Qué has soñado? -preguntó el diablo, que es muy curioso.

-He soñado que la fuente de un mercado, que manaba siempre vino, se ha secado.

-Sí -dijo el diablo-; hay un sapo debajo de una piedra; si lo matan, volverá a manar vino.

 Volvió a dormirse el diablo, y la vieja le arrancó el segundo pelo.

-¡Voto va! ¿Qué haces? -exclamó el diablo encolerizado.

-Soñaba que en cierto país hay un árbol que daba manzanas de oro, y ahora no tiene ni hojas.

-Sí -dijo el diablo-; hay un ratón que muerde la raíz; si lo matan, el árbol volverá a producir manzanas de refulgente oro.

Volvió a dormirse, y entonces ella le arrancó el tercer pelo. El diablo se levantó gritando, pero el ama supo engañarlo, diciéndole:

-¿Quién se ve libre de un mal sueño?

-¿Otra vez has soñado?

-Sí, con un barquero que se queja de que nadie lo reemplace.

-¡Es un mentecato! -repuso el diablo-. No tiene más que poner el remo en la mano al primero que pase el río, y el otro servirá de barquero hasta que se le ocurra hacer lo mismo.

Cuando el diablo salió de casa, alzó la vieja a la hormiga y volvió al joven a su forma humana!

-Ahí tienes los tres pelos -le dijo-. ¿Has oído bien las respuestas del diablo?

-No las olvidaré. ¡Muchas gracias!

-Pues ya no tengas cuidado, puedes regresar de nuevo a tu país.

Contento de haber tenido tan buena fortuna, el mancebo se despidió de la hechicera.

Al llegar al sitio en que estaba el barquero, después de pasar a la otra orilla, le dijo:

-Al primero que venga a pasar el río, ponle el remo en la mano.

Llegó a la ciudad donde se hallaba el árbol seco y dijo al centinela:

--Mata el ratón que roe las raíces, y el árbol dará manzanas.

En agradecimiento, el centinela le entregó dos asnos cargados de oro.

Llegó el joven a la ciudad cuya fuente estaba seca y dijo al centinela:

-En la fuente, debajo de la piedra, hay un; sapo: matadlo, y volverá a correr el vino.

El centinela le dio las gracias y le regaló otros dos asnos cargados de plata.

El joven llegó al palacio real y entregó al rey los tres pelos del diablo.

El monarca quedó satisfecho al ver los cuatro asnos cargados de dinero, y le dijo:!

-Vive con tu esposa. Pero, hijo mío, dime: ¿de dónde has sacado tanto dinero?

-Lo he recogido de la orilla opuesta de un río que he pasado.

-¿Podría yo recoger otro tanto? -le preguntó el rey.

-¡Y mucho más!

El avaro monarca se puso en camino, y al llegar al río hizo señas al barquero para que lo pasase.

El barquero le hizo entrar, y apenas llegaron al otro lado, le puso el remo en la mano y saltó afuera.

El rey quedó de barquero en castigo de su maldad y avaricia, y debe seguir siéndolo todavía.