LAS HADAS Y LOS JOROBADOS


Todo irlandés, desde Bundody hasta Enniscorthy, sabe algo de la fortaleza encantada que existe entre Tombrick y Munfin. En apariencia, es sólo un campo cercado por un alto terraplén. Pero un pobre jorobadito llamado Patricio Blake, que había sido desahuciado de la casa en que habitaba por su propietario, quedóse allí dormido una noche de plenilunio y fue súbitamente despertado por los acordes de una música dulcísima.

Vio un destello de luz que salía de una puerta del terraplén, entró y arrastróse hasta llegar a un espléndido palacio subterráneo. Colgaban de los techos millares de luces y bailaban en el reluciente piso entarimado centenares de hermosísimas hadas vestidas con túnicas y faldas verdes y tocadas con gorros encarnados. Mientras bailaban, iban cantando y repitiendo: Lunes, Martes, Lunes., Martes, Lunes, Martes.

-Bonita tonada es ésta -dijo Patricio inclinándose profundamente-; pero es corta. Vamos a ver; supongamos que es así: ¡Lunes, Martes, Lunes, Martes, Lunes, Martes y Miércoles!

¡Jueves, Viernes, Jueves, Viernes, Jueves, Viernes y Sábado!

Aprendiéronla inmediatamente las hadas e hicieron resonar la nueva canción por todo el palacio, diciendo a Patricio la que las acaudillaba:

-Esto es mucho más bonito, y si alguna cosa podemos hacer en favor vuestro, decid una sola palabra y al instante se hará.

-Si quisieseis hacerme la merced de aligerarme de la joroba -dijo Patricio-, sería el hombre más feliz de Irlanda.

Las hadas entonces no solamente quitáronle la joroba, sino que trajeron un saco lleno de oro, y Patricio se metió la mitad en sus bolsillos; el resto lo dejó.

Por la mañana corrió a casa del dueño de la finca, pagó el arrendamiento y recobró la posesión del cortijo.

El dueño era también jorobado, pero muy avaro y llamábase Miguelito Desmond.

-Tienes muy buen aspecto, Patricio -dijóle-. ¿De dónde has sacado el dinero?

Contóle entonces Patricio lo del palacio de las hadas, y a la noche siguiente fuese allí Miguelito para ver si podía obtener algo de ellas.

Tan pronto como se abrió la puerta que daba acceso al palacio, metióse en él y gritó a las bailarinas:

-¡Vaya una canción que estáis cantando! ¿Por qué no mencionáis todos los días de la semana en esta forma? Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado Y Do-Do-Domingo.

Miguelito, como se ve, no tenía oído para la rima ni para la música.

Pero no era esto lo peor de todo. Las hadas eran idólatras; y nada las enojada tanto como el oír hablar a cualquiera del Domingo, porque éste era el día del santo de los cristianos.

Así es que el enojo de las hadas contra Miguelito llegó a su colmo y la que las acaudillaba dijóle en tono amenazador:

-¿Con qué fin habéis venido aquí?

-A buscar lo que Patricio dejó -dijo Miguelito, pensando en el medio saco de oro.

-Entonces obtendréis lo que Patricio dejó -repuso el hada.

Y sacando de un saco la joroba de Patricio, púsola en la espalda de Miguelito, y desde aquel día el viejo y avaro propietario rural tuvo dos jorobas colocadas entre sus hombros, en vez de una; y así fue castigado por su avaricia y por haber intentado engañar a las hadas.


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