LA DORADA ESCALERA DE RAPUNZEL


Un joven príncipe cazaba un día en un bosque de Alemania, cuando oyó a una muchacha que cantaba dulce y tristemente en la soledad. Siguió el sonido de la voz, y encontró una torre en la que no había puerta ni escalera alguna. Mientras buscaba él la entrada por entre los árboles, llegó cojeando una bruja, y al acercarse al pie de la torre cantó:

¡Rapunzel! ¡Rapunzel! Suelta la cabellera.

Una bella muchacha se asomó luego a la ventana en la parte superior de la torre y desató sus doradas trenzas, tan largas que llegaban al suelo, y la bruja fue trepando lentamente por ellas.

-¡Ah! -dijo el príncipe- me serviré de esta dorada escalera.

Cuando la bruja se fue, él también cantó:

¡Rapunzel! ¡Rapunzel! Suelta la cabellera.

Rapunzel la soltó, y él subió; pero ¡cuan admirada quedó ella ante su vista! Porque la joven no había conocido antes hombre alguno, pues la bruja se la había llevado de la casa de sus padres cuando era un bebé, y la había puesto en la torre donde había crecido sola. El príncipe le habló tan apasionadamente que rindió pronto su corazón, y ella prometió casarse con él.

-Ahora, querida mía -dijo el príncipe cuando oscureció- debo hallar una escala de seda para que puedas escapar, y te la traeré mañana cuando la hechicera se haya ido.

Por desgracia, Rapunzel era muy sencilla, y cuando llegó la bruja y trepó por su cabellera, ella dijo:

-¡Cuánto tiempo tardáis en subir, abuela! El príncipe lo hace en un instante.

-¡Cómo! -dijo la bruja, cegada por la rabia-: ¿Después de tanto trabajo que he tenido en conservarte separada del mundo, sueltas la cabellera para dejar subir a un hombre? ¡Vas a morir!

Cogió un par de tijeras y cortó el cabello de Rapunzel. Enseguida la condujo a un desierto y la abandonó allí a la muerte. La bruja volvió luego a la torre y subió por medio de las doradas trenzas, que había atado a un barrote de la ventana.

¡Rapunzel! ¡Rapunzel! Suelta la cabellera,

Cantó el príncipe, cuando llegó a través del bosque trayendo una escala de seda. Al ver las trenzas, subió alegremente y entró en el cuarto.

-¡Ah, ah! -chilló la bruja, viéndole buscar a Rapunzel-. El lindo pajarito no está en el nido, pues el gato lo ha matado, y el gato va a sacarte los ojos.

Arremetió contra el príncipe, y éste cayó por la ventana sobre un matorral, cuyas espinas atravesaron sus ojos, Después de vagar a tientas por el bosque llegó al desierto y oyó a Rapunzel que cantaba dulcemente, en voz baja.

Siguió el sonido, y ella lo vio y corrió a echarse a su cuello, llorando. Dos de las lágrimas humedecieron los ojos del príncipe, y éste recobró la vista en el acto.

La malvada bruja, que había estado observando desde la ventana de la torre, vio a los amantes encontrarse, y la felicidad de éstos la enfureció tanto, que de rabia empezó a dar cabezadas contra las paredes y se mató.

El príncipe condujo inmediatamente a Rapunzel al reino de su padre, y allí se casaron alegremente con gran pompa y esplendor.


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