LA BUENA DOSZAPATITOS


Hay que hacer constar que Doszapatitos no era su nombre verdadero. No, el nombre de su padre era Bienquerer, viejo y honrado campesino establecido durante muchos años en la parroquia en que nació Margarita, que así se llamaba la niña; sus padres murieron dejándolos a ella y a su hermanito bajo la protección de las buenas gentes de la parroquia.

Margarita y Tommy andaban muy desastrados; el niño conservaba un par de botas, y la niña sólo tenía un zapato. Cosa de más valor no les quedaba, pero ambos se profesaban un cariño verdadero, necesario siempre entre hermanos.

La situación de los huerfanitos movió a compasión al señor Smiht, el muy abnegado médico que vivía en la parroquia donde los niños nacieron, el cual decidió ocuparse de ellos.

Consiguió que un amigo suyo se interesara por Tommy, y se lo llevara para hacerlo marinero, y que diese también algún dinero para comprarle zapatos y vestidos a la niña, la que quedó definitivamente al cuidado del respetable señor Smiht.

Al día siguiente, se presentó el zapatero con los zapatos nuevos para Margarita, la que apresuradamente se los calzó, y corrió a buscar a la señora Smiht, muy bien compuesta con su vestido y zapatos nuevos.

- ¡Dos zapatos, mamá! ¡dos zapatos! -le dijo.

Lo que hizo también con todo el mundo, y por tal circunstancia llegó a ser conocida por «la buena Doszapatitos».

Margarita vivía feliz en casa de la familia Smiht; viendo cuan bueno y sabio era su padre adoptivo, dedujo que ello era el resultado de estudiar mucho, hecho que la niña se dispuso a imitar, por cuya causa debió, antes que nada, aprender a leer y a escribir. Para lograr su propósito solía salir al encuentro de los niños que regresaban del colegio, a los que pedía prestados sus libros, en los cuales estudiaba con afán hasta la hora en que aquéllos habían de volver a la escuela. De este modo pronto supo más que sus amiguitas, y llegó al punto de idear un sistema muy práctico para enseñar a las que se hallaban más atrasadas.

Como sabía que sólo se necesitan 28 letras para formar y componer todas las palabras del mundo, con la subdivisión en mayúsculas y minúsculas, con un cuchillo cortó unos trocitos de madera, dándoles la forma de las 28 letras y reunió diez series de minúsculas y seis de mayúsculas.

Con ellas salía todas las mañanas a dar sus vueltas por la aldea, para dedicarse a la enseñanza de los niños más abandonados.

Un día tuve el placer de acompañarla; la primera casa en donde nos detuvimos fue en la del labrador Wilson; Margarita llamó a la puerta.

-¿Quién es?

-La buena Doszapatitos, que viene a dar lección a Guillermo.

-¡Qué contenta estoy de verte, buena niña! -dijo la señora Wilson, reflejándose en sus ojos la alegría que le producía la llegada de Margarita-. Guillermo te necesita porque ya ha aprendido tu última lección.

A poco salió un muchachito; era Guillermo.

-¿Cómo estás, buena Doszapatitos? -dijo el niño, que apenas sabía hablar claramente.

Este niño, sin embargo, había aprendido todas las letras. Margarita volcó en el suelo su revuelto alfabeto, y Guillermo fue cogiendo y dando su nombre a cada una de las letras que colocaba correlativamente.

Terminada lección tan original, nos encaminamos a la finca de Gaffer Cook. Algunos niños pobres que allí había, discípulos también de Margarita, acudieron al punto y se colocaron a su alrededor. Puso Margarita sus letras en el suelo y preguntó al niño que tenía más cerca:

-¿Qué has comido hoy?

-Pan -contestó aquél, pues los niños pobres viven en muchos sitios tan sólo de pan.

-Pues bien -dijo Margarita-; coloca la primera letra de la palabra pan.

El niño puso la P, y a continuación las otras dos letras.

-¿Y tú, Polly, qué comiste?

-Torta de manzanas -contestó la niña. Y por el mismo sistema continuó la entretenida lección de los demás pequeñuelos.

De allí fuimos a la hacienda Thompson, donde otra legión de chicuelos aguardaba la llegada de la original y pequeña maestra.

-Querida Doszapatitos, ¿dónde has estado, para llegar tan tarde? -preguntó un rapazuelo.

-Me he entretenido en las otras lecciones más tiempo que de costumbre -contestó ella-; pero aun así, temo haber venido demasiado pronto para vosotros.

-No por cierto -replicó uno-, todos sabemos ya nuestra lección. Y, sin dilación, agrupáronse todos junto a Margarita con inequívocas muestras de regocijo.

-Si ello es cierto, será prueba de que sois muy buenos, y entonces Dios os amará a todos -díjoles cariñosamente Margarita.

Los niños se colocaron ordenadamente en círculo. En los demás sitios donde habíamos estado antes, vimos niños que formaban sílabas y palabras con el abecedario; aquí pudimos observar niños de mayor habilidad y conocimientos que formaron frases enteras de proverbios y máximas religiosas, y las leyeron en voz alta.

La señora Williams, que tenía a su cargo el colegio donde en la aldea recibían educación los niños y niñas, se hallaba por aquella época muy anciana y enferma; y en vista de los progresos de Margarita y de las simpatías que ésta se había conquistado, decidió que la niña la ayudara en su cargo, supliéndola en los casos de imposibilidad suya; desde este momento, se conoció a Doszapatitos por el nombre de la señora Margarita.

Un día llevó a su casa un cuervo que había salvado de las iras de unos chicuelos; le puso por nombre «Raúl» y dedicóse con cariño y constancia a enseñarle algunas cosas; al cabo de algún tiempo logró que el pájaro aprendiese a hablar, deletrear y leer. Púsole en un rincón de la clase, y cuando alguno de los niños se equivocaba, ella le decía al cuervo:

-«Raúl», corrígele-. Orden que el pájaro se apresuraba a cumplir.

También educó a una paloma, a la que enseñó varias habilidades; era preciosa y le puso por nombre «Tom».

En cierta ocasión regaláronle un perro precioso al que llamó «Saltador»; y «Saltador» llegó a convertirse en el portero y guardián del colegio, cumpliendo sus funciones tan a conciencia, que no dejaba entrar y salir a nadie sin el permiso de su ama.

Un día «Saltador» se agarró al delantal de Margarita, y tirando con fuerza, hacía como si quisiera sacarla de la casa. Asombrada ella al principio, resistióse a salir, pero ante la insistencia del perro, se decidió a seguirle. En habiendo salido de la casa soltó el perro el delantal y volvió al colegio, de donde por el mismo procedimiento hizo salir a todos los niños y niñas. No habían transcurrido cinco minutos cuando se desplomó el techo de la casa. El hundimiento del colegio fue una gran desgracia para Margarita, pues si bien salvó su vida y la de sus discípulos, gracias al instinto de «Saltador», perdió en cambio sus libros y ajuar, y se quedó, además, sin local donde poder dar sus lecciones. Gracias a la generosidad de un vecino, pudo reconstruirse el edificio.

Los habitantes del pueblo tenían un alto concepto de Margarita, a la que estimaban muchísimo. El señor Carlos Jones, uno de los propietarios más acaudalados del pueblo, llegó a sentir tal simpatía y afecto por ella, que le hizo brillantes ofertas para que se encargase del cuidado de su familia, pero ella rehusó para no abandonar la educación de los niños desvalidos. Al poco tiempo cayó enfermo dicho señor, y quiso que Margarita se encargase de su cuidado en aquella peligrosa enfermedad; quedó tan satisfecho y agradecido del comportamiento cariñoso de la maestra, que le ofreció casarse con ella en prueba de reconocimiento.

Margarita aceptó tal ofrecimiento, y previas las tramitaciones de rigor, llegó el día en que había de celebrarse la ceremonia.

Todos se hallaban en la iglesia, los novios y los invitados; y cuando el sacerdote se disponía a dar su bendición a los futuros esposos, un caballero atravesó corriendo la iglesia, abriéndose paso entre los que presenciaban la ceremonia.

-¡Alto, alto! -gritaba.

Diose a conocer el recién llegado, que resultó ser el hermano de Margarita, quien acababa de llegar de lejanos países, donde había reunido una gran fortuna, y, enterado del proyectado enlace de su hermana, se dio prisa en llegar a la iglesia para convencerse de si era el futuro esposo digno de ella.

Terminó el acto con gran satisfacción de todos, y la señora Margarita continuó sus caritativas obras; fue una madre cariñosa para los pobres, un médico para los enfermos y, por su vocación para el bien, una amiga para todos los menesterosos.


Pagina anterior: LA LAGUNA DEL DIABLO
Pagina siguiente: EL RETRATO MISTERIOSO