EL CAMPESINO Y LOS TRES LADRONES


Encaminábase un campesino al mercado, montado en su burro, llevando atada y marchando tras él una cabra que debía vender en el mercado. Caminaba con lentitud, echando cuentas mentalmente, cuando fue visto por tres ladrones.

-He aquí un buen pez para nuestra red -dijo uno de ellos-. Voy a quitarle la cabra sin que se percate de ello.

-Yo haré algo más que eso -alegó el segundo-; me llevaré el burro con autorización suya, y veréis como aun me lo agradecerá.

-Pues yo haré aun más que vosotros dos -manifestó el tercero-; me entregará su americana y me llamará su amigo.

Separáronse los tres para realizar sus proyectos, marchando uno de ellos tras el campesino que, sin sospechar nada, iba con toda tranquilidad pensando en el dinero que obtendría de la venta de la cabra. Llegóse con sigilo hasta él el ladrón, cortó la cuerda de la cabra y quito la campanilla que llevaba al cuello, y que colocó atada al rabo del burro. De este modo seguía sonando y hacía creer a su dueño que la cabra continuaba marchando detrás. Hecha tal operación, el bandido apresuróse a desaparecer. Al cabo de un rato al campesino se le ocurrió mirar casualmente hacia atrás y quedó desagradablemente sorprendido al ver que la cabra no lo seguía, aunque la campanilla continuaba sonando. Corrió azorado, de un lado a otro, preguntando por su cabra a cuantos veía, y en esto encontróse con el segundo ladrón, a quien repitió la misma pregunta.

-No hace mucho -le respondió-, vi marchar en esa dirección a un hombre con una cabra, que, por las señas, era la de usted. Si quiere usted encontrarle, corra hacia allá que yo cuidaré del burro.

El candido campesino le agradeció su buena intención, le confió el burro, y se dirigió apresuradamente hacia donde le había indicado el bandido; hecho lo cual, éste montó tranquilamente en el burro y desapareció en dirección contraria.

Como es natural, no se halló rastro de la cabra, y cuando el desesperado y crédulo campesino regresó en busca de su burro, una nueva decepción le produjo el no encontrar al falso amigo encargado de su cuidado. Convencióse, entonces, de que había sido víctima de un nuevo robo e indignóse con quienes le habían robado y engañado, y también consigo mismo por haberse dejado engañar.

-Esto me servirá de experiencia. El que ahora intente robarme -se dijo- ya ha de ser listo, pues estaré sobre aviso.

Resolvió volverse a su casa, y al marchar hacia ella, oyó de pronto fuertes sollozos, y, al llegar al sitio de donde procedían, encontró a un hombre sentado junto a un pozo y llorando amargamente. Era el tercer ladrón que lo esperaba.

-¿Qué os ocurre -le dijo el campesino- para llorar de ese modo? ¿Creéis por ventura ser el único hombre desgraciado? No lo seréis más que yo, que iba al mercado a vender una cabra y me la han robado junto con el burro que montaba.

-Eso no es nada comparado con lo que a mí me pasa -replicó el ladrón-. Yo llevaba un lío con ricas joyas, y al sentarme a descansar junto a este pozo, se me cayó en él mi tesoro, y ahí está sin poder yo recuperarlo.

Miró el campesino al fondo y, aunque nada vio, dijo al otro:

-¿Por qué no bajáis por él?

-¡Pobre de mí! No sé nadar y me ahogaría. Si alguien quisiera echarse al agua para recoger mi tesoro, yo le daría la mitad de él.

-¿De veras lo haríais así? Sí fuese cierto, yo bajaría por él -contestó el confiado campesino, pensando resarcirse de las pérdidas sufridas.

-Podéis creer que así lo haré; si me devolvéis mi tesoro -replicó el ladrón-, tendréis la mitad de todas mis joyas.

Dicho esto, despojóse el campesino de sus ropas, dando las gracias al bandido por ponerle en condiciones de adquirir, con su regalo, un burro y una cabra, y se arrojó al pozo. Nada halló en él, aunque buscó por todos lados, como tampoco halló al dueño del supuesto tesoro, cuando, rendido, logró salir. Había desaparecido el hombre con la ropa, y resultó nuestro inocente campesino robado y engañado por tercera vez, tal y como lo pensaron los astutos ladrones.