De qué depende el olor y de qué no depende el sabor


El primer miembro de la serie alcohólica es inodoro; el segundo, cuya molécula es mayor, tiene ligero olor, y los alcoholes más pesados tienen olores muy subidos. Pero todo esto está muy lejos de explicarnos lo que ocurre cuando olemos.

Interesa indicar que el estornudo no puede ser excitado por los nervios olfatorios, si bien puede serlo por los nervios de las sensaciones ordinarias de la nariz, y por los de la vista. Recientemente se ha averiguado que todos los sentidos, unos más y otros menos, requieren modificaciones constantes en el objeto que los excita, y que pronto se dan menos cuenta aún de lo que les excitaba, si la excitación perdura. Tal fenómeno es más sorprendente, quizá, en cuanto al olfato que a otro sentido cualquiera. Todos sabemos con qué rapidez dejamos de sentir molestia ante un olor que al principio nos resultaba en verdad muy desagradable.

El sentido del gusto reside principalmente en la lengua; pero no depende de ella sola. Las células especiales del gusto, que corresponden a las peculiares que encontramos en los órganos de los otros sentidos, pueden descubrirse en la superficie más baja del velo del paladar, y esparcidas por la parte de la garganta situada frente a las amígdalas, a cada lado de ellas. Una persona que haya perdido la lengua, no pierde enteramente el sentido particular del gusto.

Lo mismo que en otros sentidos, muchas fibras nerviosas especiales van a las células del gusto, las cuales son más ricas en la parte posterior de la lengua, a lo largo del lado superior de la punta y en la punta misma. El gusto es menos agudo en la parte delantera de la superficie de la lengua. No nos damos cuenta de él, si en esta parte colocamos un polvo de quinina y luego lo tragamos.

Los gustos pueden clasificarse mucho mejor que los olores. Casi todos entran bajo las denominaciones de amargo, dulce, ácido, alcalino y salado. Los tres últimos no son probablemente gustos puros, sino mezclas de gustos y tacto ordinario, de manera que pueden hacerse dolorosos cuando son muy fuertes. Pero el amargo y el dulce son seguramente gustos puros, y aunque sean fuertes, y acaso desagradables, jamás causarán tanto dolor como los otros.

Para gustar las cosas, es preciso disolverlas en un líquido. Nunca gustamos sólidos ni gases a menos que estén disueltos en agua o también en otro líquido.

Las fibras nerviosas encargadas del gusto, han sido trazadas con gran dificultad desde la lengua al paladar y de la garganta hasta el cerebro. Y lo curioso es que no hay nervios especiales del gusto, como los hay del olfato, de la vista y del oído; sino que las fibras nerviosas peculiares del gusto van a lo largo de otros nervios, que nada tienen que ver con él y lo hacen por caminos de una complicación extraordinaria.

Es cierto que, en conjunto, estos dos sentidos químicos tienen muchos usos, además de ser aptos para enseñarnos a distinguir unas cosas de otras. Ellos nos indican lo que es inofensivo o bueno para nosotros, y nos enseñan lo que debemos evitar. En cuanto al olfato no puede dudarse esta virtud; pero en realidad, es mucho más importante el gusto, puesto que él se entiende con lo que comemos y lo que dejamos de comer. Es probable que el sentido del gusto de un niño sano, debidamente educado, sea la mejor guía para lo que coma o pueda dejar de comer.

Todos sabemos que hay gran número de cosas que los niños y aun las personas mayores, sino las han probado nunca, las hallan desagradables. Antes hay que “tomarles el gusto”, para que gusten. Tal sucede casi siempre con los tomates, que a pocas personas les gustan naturalmente.

Algunas de estas cosas pueden no ser dañosas, porque el cuerpo haya aprendido a tiempo a protegerse contra ellas; pero también es probable que no sean dignas de tomarles el gusto, y que gran número de personas mayores estarían más sanas, si sus gustos se pareciesen más a los que tenían en la lejana niñez.

Sabido es que tenemos cuerpo y mente, y que la historia de nuestra vida debe ocuparse en los dos. Pero ya hemos llegado al fin de la parte de nuestro objeto, que trata del cuerpo, y hemos acabado discutiendo ciertos hechos muy conocidos, relativos al cuerpo que también interesan a la mente. Ahora, en lugar de tratar de un sentido cada vez, vamos a estudiarlos todos en conjunto, puesto que este lugar, en que hemos terminado el estudio del cuerpo, es el verdadero lugar para empezar el examen directo de la mente.