Arte de comer y conservar la salud

Ya hemos visto cómo los alimentos, convenientemente masticados y mezclados con la saliva, son engullidos y hallan el camino del estómago. Éste es el mayor y uno de los más importantes órganos huecos del cuerpo; y al llamarle hueco no se vaya a creer que es algo así como una pelota de las que se usan para jugar al fútbol, con una gran cavidad dentro de ella. No hay en el cuerpo semejantes espacios vacíos, y cuando el estómago se halla en tal estado, como debe estarlo siempre durante algún tiempo antes de cada comida, sus paredes están adosadas una contra otra. Cuando los alimentos penetran en él, éstas les dejan sitio, y cuanto mayor es la cantidad, más se ensanchan. Un estómago sano acomoda perfectamente en su interior los alimentos que recibe, dilatándose para contenerlos. El estómago es un saco muscular situado en el abdomen, esto es, en la parte del cuerpo que comúnmente designamos con igual nombre, algo inclinado hacia la izquierda y debajo de la parte del mismo lado del hígado, que es la glándula mayor de todo el cuerpo. Este saco tiene dos aberturas, una en la parte superior, que es la del esófago y da paso a los alimentos, y otra a la derecha, en donde el estómago se va estrechando y casi termina en punta, que conduce al intestino. Las paredes de este saco están perfectamente construidas, primeramente con una envoltura muy suave en la parte exterior, que le permite moverse con entera libertad contra sus vecinos; luego con otra envoltura en medio, construida de fibras musculares, y finalmente, con un forro interior, que es una membrana mucosa de una construcción admirable.

La envoltura muscular, o media, construida de fibras musculares, y fibras, que toman varias direcciones, y su función es sumamente importante. Ella agita el contenido del estómago, pues cuando hemos comido algo esas distintas fibras comienzan a moverse de una manera regular durante mucho tiempo -hasta tres o cuatro horas-, y envía los alimentos de un cabo a otro del estómago, hacia atrás y hacia adelante, y revolviéndolos de manera que todas sus partes puedan ser convenientemente digeridas. Además, como las paredes se acomodan perfectamente a los alimentos, ya los hayamos ingerido en cantidad pequeña, ya en grande, ayudan a triturarlos y a ablandarlos. Pero el estómago no posee dientes, y sus paredes son muy delgadas y mucho menos fuertes que las gruesas paredes musculares del corazón. Las aves no tienen dientes, pero su estómago está dotado de una fuerza especial que hace sus veces. Si nosotros no usáramos los dientes, el estómago no podría ejercer sus funciones, aunque su pared muscular hiciera lo mejor que pudiese. Cuando estamos bien de salud, no nos enteramos jamás de estos movimientos, como tampoco nos enteramos de los incesantes latidos del corazón.

Si una persona come demasiado de prisa y no mastica bien, y sobre todo, si come mucho, la envoltura muscular del estómago llega a cansarse, como es natural; y si se relaja y distiende demasiado, no puede modificar bien los alimentos, y entonces es cuando se produce la indigestión. Esto, sin embargo, no ocurre nunca, cuidando el estómago como es debido.