Se nos invita a formar parte de una cacería submarina


Una de mis primeras sorpresas fue la de ser invitado por el capitán Nemo para acompañarle a una cacería en la selva marina situada casi al pie de la isla de Crespo, en el océano Pacífico septentrional. Se nos dijo que almorzásemos fuerte, pues que la jornada sería larga, y así lo hicimos, acostumbrados como ya estábamos a los extraños manjares que nos servían, todos los cuales procedían del fondo del mar.

Para nuestra excursión submarina nos dieron trajes de buzo hechos de caucho, sin costura alguna, dotados de un depósito de aire almacenado que descansaba sobre la espalda y cuyos tubos atravesaban el gran casco de bronce. Diéronos también carabinas de aire comprimido, cuyos proyectiles eran balas eléctricas y que resultaron ser magníficas armas de precisión. Embutidos ya en nuestros trajes de buzo no podíamos mover los pies a causa de las enormes suelas de plomo que estos artefactos llevaban, y tuvieron que empujarnos para entrar en un compartimiento situado en el fondo del submarino; hecho lo cual, cerraron bien las puertas de hierro detrás de nosotros, e hicieron luego entrar el agua por medio de una bomba: yo la sentía subir en derredor nuestro hasta que se llenó el compartimiento. Abrióse entonces una puerta exterior, y salimos con toda facilidad al fondo del mar.

Caminamos una distancia considerable por un piso arenoso perfectamente liso y luego tuvimos que andar por entre rocas viscosas y masas de algas marinas antes de llegar a la selva encantada cubierta por el mar y cuyos árboles crecían verticalmente.