Enamorado de una bella dama mora y amigo de un príncipe


Muy pronto fingió el príncipe haberla hallado y que todo se arreglaría si Tartarín le escribía una carta que aquél le entregaría y entretanto había de comprar una enorme cantidad de pipas para mandárselas, pues se decía que era una grande fumadora como todas las damas moras.

Por fin, se concertó una entrevista, y el príncipe acompañó a Tartarín a casa de la dama, quien le recibió sentada en su diván, según el verdadero estilo oriental, fumando su hookah. Tartarín estaba muy satisfecho de ver a la pretendida mora, la cual le agasajó, bailando y tocando la guitarra. No obstante, dudaba de si realmente era la desconocida del ómnibus, pero hallaba tanto gusto en visitarla, que no hubiera nunca partido para el sur en busca de los leones, si el capitán del Zouave no hubiese venido a encontrarle un día y le hubiese hecho comprender que el príncipe y la dama estaban divirtiéndose a costa suya. Además, Tartarín, por casualidad leyó una noticia de Tarascón en un periódico que el capitán tenía y en ella se hablaba de la incertidumbre que reinaba tocante al destino del gran cazador y terminaba señalando la posibilidad de identificarlo, con este párrafo:

“Algunos mercaderes negros afirman, sin embargo, que hallaron en pleno desierto a un europeo, cuya descripción corresponde con la de Tartarín y que se encaminaba a Timbuctu. ¡Plegué al cielo preservarnos a nuestro héroe!”