Tras dar muerte a Yamandú, Tabaré rescata a la joven Blanca


El cacique de los ojos azules reconoce la voz de la española y, cautelosamente, cae sobre Yamandú, a quien da muerte con sus fuertes manos, a las que presta mayor vigor aun la vista de la doncella y el pensamiento de los peligros que ha corrido. Arroja Tabaré el cadáver de Yamandú entre unas zarzas para que Blanca no lo vea al despertar de su desmayo y se aleja sigiloso. Lanza ella un gemido y el indio, que se alejaba conmovido, vuelve sobre sus pasos y se detiene ante ella, sin atreverse a mirarla. Blanca entonces, mirándole los ojos, le dice:

“¡Eres tú, Tabaré! ¿Por qué me hieres? 
“¿Por qué así me maltratas? 
“Yo nunca te hice mal; yo no quería 
“que tú de nuestro hogar te separaras.

Abrazado a un viejo tronco, el indio escuchaba a la doncella cuando de pronto lanzó un grito prolongado, doloroso; luego, durante largo rato descansó en los de ella sus ojos, que se humedecieron de llanto, y se transformó su voz hasta sonar dulcemente cuando dijo:

“Ven, el charrúa posará sus labios
“donde poses el pie;
“vamos con tus hermanos. A las sombras
“yo volveré después.

Blanca ya no teme a Tabaré y, confiada, se deja conducir por él a través de las lomas solitarias rumbo a su hogar lejano.

Entretanto, don Gonzalo ha regresado a San Salvador con el frío de la muerte en el corazón. En vano trata el Padre Esteban de consolarlo.