Fausto ve a Quirón y, conducido por éste, llega hasta Helena


Caminaba Fausto maravillado por el sagrado suelo de Grecia, buscando a Helena por todas partes, preguntando por ella a cuantos encontraba.

-¿Habéis visto a Helena? -preguntó a las esfinges.

-Cuando vivíamos, ella no estaba en el mundo -le respondieron-. Interroga al centauro Quirón, que galopa por estos campos en esta noche de fantasmas.

A lo lejos se oía el galopar de un caballo que se acercaba y, momentos después, aparecía el erguido busto del docto y sabio centauro.

-Detente, Quirón -le gritó Fausto.

-No puedo detenerme -le respondió aproximándose a él-. ¿Qué quieres?

-Al menos refrena tu carrera.

-No puedo.

-Entonces llévame contigo

-Monta inmediatamente.

Saltó Fausto sobre el centauro y le preguntó por Helena.

Sí, el centauro la había conocido; la había llevado sobre su grupa; mas tanto tiempo hacía, que no sabía cómo ni dónde encontrarla.

Ocurriósele entonces llevar a Fausto al templo de la profetisa Manto.

Entretanto, Mefístófeles, después de haber vagado entre todas las maravillosas criaturas del mundo helénico, había trabado conocimiento con las horribles Forcidas, las cuales tenían un ojo en común y se lo pasaban para observar al recién llegado. Elogiando con falsos galanteos la belleza de las tres hermanas, el diablo consiguió le prestasen uno de sus amuletos. Con él se dirigió a Esparta, a la corte del rey Menelao, y con su mágica virtud pudo conducir a Helena ante Fausto. Así satisfacía una vez más el ardiente deseo de su protegido.