Fausto muere, mas el diablo no logra vencer


Fausto había pronunciado las palabras secretas del pacto.

Al oirías, acudió Mefistófeles con el escrito firmado con sangre, para arrastrar al abismo al alma que forcejaba por salir del cuerpo. Pero un coro de ángeles descendió de la altura y, esparciendo rosas sobre el lecho del moribundo, cantaba:

-El hombre que trabaja y se afana sin descanso por un ideal, os digno de absolución.

Así los espíritus celestes se apoderaron del alma de Fausto, a despecho del furioso demonio. No obstante sus pecados y el sacrílego pacto concertado con el diablo, Fausto había conservado la nobleza de ánimo, y en el trabajo y en las aspiraciones de su mente, había siempre intentado hacerse cada vez más independiente de su perverso compañero.

Por esto, en el último instante, la divina piedad le había sonreído.