ARGUMENTO DE LA ODISEA


En la Odisea aparece por primera vez el paisaje como elemento vivo, y debe reconocerse que Homero tiene de él verdadera intuición, ya que frente al calor del hogar, ante las evocaciones del héroe, se esparce el horizonte de encanto del mundo lejano en que se desarrollan las aventuras que tan admirablemente narra.

En sus interesantes relatos de viajes, las plácidas descripciones de interiores antiguos y los numerosos episodios enlazados hábilmente al asunto principal, le dan más variedad que a la litada y compensan con facilidad al lector de algunos momentos de pesadez que hicieron decir a Horacio que Homero, a veces, también dormitaba.

Los primeros cuatro libros de la Odisea pueden ser considerados como un todo que sirve de introducción al poema, habiendo recibido, a veces, el título colectivo de Telemaquía. por ser el héroe el joven Telémaco, hijo de Odiseo (Ulises), tipo que constituye un verdadero hallazgo.

La Odisea es el poema de los viajes, de la vida doméstica y del predominio de la astucia sobre la fuerza; en él se describe la vida de los grandes, de sus sirvientes, pastores, porquerizos, sus muebles, trabajos, animales.

Desde su partida de Troya hasta su llegada a Itaca, es importantísimo destacar que, si bien la peregrinación de Odiseo dura diez años, la narración abarca el período de cuarenta y un días, los anteriores al hecho de reunirse el héroe con su esposa después de una separación de veinte años.

Cuando los griegos se hicieron a la vela en la costa del Asia Menor, a fin de volver a su hermoso país, ninguno de los príncipes estaba más ansioso por llegar a su patria que el sabio y valiente Ulises. Pero a pesar de todos los esfuerzos de sus marinos, unos vientos adversos llevaron sus naves lejos de las islas de Grecia. En el hogar, su esposa Penélope y su hijo Telémaco aguardaban su vuelta, pero aún hubieron de esperar durante diez años después de la guerra de Troya, y en este tiempo nuestro héroe tuvo veinte aventuras. Aquí mencionaremos sólo unas cuantas.

En vez de ser llevados hasta Grecia, los barcos de Ulises fueron empujados a lo largo de la costa del Asia Menor, y, acosados por el hambre, él y sus hombres no tuvieron al fin más recurso que desembarcar y atacar a los habitantes de una pequeña ciudad, quienes huyeron despavoridos. Los griegos satisficieron entonces largamente el hambre y la sed que los devoraba. Mientras tanto los habitantes regresaron y los acometieron, matando a más de la mitad de los marinos que habían desembarcado. Los restantes pudieron difícilmente volver a sus barcos.

Ulises y aquellos de sus hombres que pudieron escapar, desembarcaron en la isla que en la actualidad se llama Sicilia, y vagaron por ella hasta llegar a una gran cueva. En esta cueva hallaron enormes jarros de leche y otras señales de que estaba habitada. Era en efecto, la vivienda de uno de aquellos fabulosos gigantes que, como los dioses y diosas de las antiguas leyendas, existían sólo en la imaginación del pueblo de aquella época. El gigante se llamaba Polifemo y hubiera sido difícil imaginar nada más feo y cruel. Tenía un solo ojo, colocado en medio de la frente. Era el jefe de una raza de gigantes de un solo ojo, llamados cíclopes. Seres semejantes sobreviven aún por la fantasía.

Por la noche, mientras Ulises y su gente esperaban en la cueva, entró en ella el gigante conduciendo delante de sí un rebaño de carneros gigantescos y obstruyó luego la entrada por medio de una piedra que no habrían podido mover veinte hombres juntos. Ulises se adelantó hacia él, y ofreciéndole un odre de vino –pues en aquel entonces en vez de botellas se usaban pellejos - pidió gracia para él y sus compañeros. El gigante bebió el vino, saboreándolo. Prometió una dádiva a Ulises por su regalo; pero, como procediera inmediatamente a comerse a dos de los griegos, apareció bien claro que no podía esperarse piedad de aquel monstruo.

Polifemo preguntó luego a Ulises cómo se llamaba; pero el príncipe era demasiado inteligente para darse a conocer y respondió:

“Mi nombre es "Nadie"; mi padre, mi madre y todos mis compañeros me llaman lo mismo”.

A lo cual replicó el gigante:

“¿Quieres saber cuál será mi dádiva? Bueno; "Nadie", serás el último que comeré de todos tus compañeros; los demás te precederán: éste será mi regalo de hospitalidad”.

Transcurrieron seis días de terror, y el gigante cada noche disminuía en dos a los compañeros de Ulises, antes de que este sabio príncipe encontrara un medio de fuga. Durante la séptima noche, mientras Polifemo dormía tendido en el suelo, Ulises asió una enorme estaca de madera y, ayudado por sus hombres, la introdujo en el ojo del gigante, cuyos quejidos de dolor despertaron a otros de los fabulosos habitantes de la isla, pero éstos no pudieron entrar en la cueva, gracias a la piedra que obstruía la entrada. Entonces, desde fuera, llamaron a su jefe, preguntándole qué le sucedía, a lo que respondió:

“Amigos, "Nadie" me mata, no con violencia sino con astucia”.

A lo cual replicaron los demás:

“Puesto que nadie te hace violencia, solo como te hallas, no es posible que te libres de la enfermedad que el gran Zeus te envía”. --Dicho lo cual se marcharon, abandonándolo. Pero todos los griegos juntos eran incapaces de mover la piedra, y tuvieron que esperar hasta el amanecer, en que el gigante, aunque ciego, apartó a un lado la piedra a fin de dejar salir a su rebaño de carneros enormes. Él mismo se sentó en la entrada para impedir que pudieran escaparse los griegos. Pero Ulises había sido lo bastante perspicaz para preverlo, y había atado a cada uno de sus hombres debajo de cada uno de los carneros de manera que, cuando aquellos animales pasaron por la puerta llevaban consigo a todos los griegos. Ulises y su gente escaparon hacia sus barcos, y así termina la tercera de sus sorprendentes aventuras.

Más curiosa es todavía la que les sobrevino cuando arribaron a la isla de la hechicera Circe, quien les ofrece un licor que los transforma en bestias. El prudente Ulises fue el único que, aunque aparentó beberlo, no lo hizo, de lo cual quedó admirada Circe, y, prendada de su talento, devolvió a los compañeros del héroe a su prístina condición de hombres.

Varias de las aventuras de Ulises son muy significativas, y están llenas de enseñanzas para nosotros, si procuramos aprovecharlas. Una de las más interesantes es la de las sirenas, bellos monstruos que se situaban a lo largo de la costa y cantaban tan dulcemente que los marinos sentían la tentación de dirigirse a tierra. Las sirenas no eran sino verdaderas furias, que mataban a cuantos desembarcaban y desparramaban sus huesos por la playa. Aquí la prudencia de Ulises salvó de nuevo a su gente. Tapa con cera los oídos de sus marinos, de manera que no puedan oír el canto de las sirenas, y pasan por aquel sitio sanos y salvos.

La aventura siguiente consiste en el paso de las naves por entre un escollo llamado Escila, y un terrible torbellino llamado Caribdis; Ulises consigue pasar con éxito. Pero vayamos al final de estas extraordinarias aventuras, y veremos a Ulises desembarcando felizmente en la costa de Ítaca, la isla griega de la cual era rey.

Veinte años habían transcurrido desde que abandonó el país para tomar parte en la gran guerra contra los troyanos; y durante todo este tiempo, Penélope, que se había hecho célebre por su bondad, su belleza y su sabiduría, estuvo aguardando pacientemente su regreso. Varios pretendientes habían deseado casarse con ella y habían ido al palacio diciendo: "Ulises ha muerto, de lo contrario ya habría vuelto". Pero ella los rechazó a todos, diciendoles que no se casaría de nuevo hasta que terminara un lienzo que estaba tejiendo; pero como cada noche deshacía lo que había tejido durante el día, el lienzo nunca estuvo terminado. Conducta ésta reconocida por su gran fidelidad.

Disfrazado de mendigo, a sugestión de Atenea su protectora, se presenta Ulises a su fiel porquerizo Eumeo, quien, sin reconocerlo, le brinda hospitalidad. En la choza de este viejo servidor se encuentra con su hijo Telémaco a quien se da a conocer para coordinar la acción posterior.

Telémaco regresa al palacio para dar esperanzas a su madre, en tanto que Ulises recorre su ciudad sin ser reconocido hasta llegar al umbral del palacio donde su viejo y fiel perro Argos, después de saludarlo meneando la cola, muere de emoción.

El rey de Ítaca vestido de mendigo llega, pues, a la puerta de su casa a implorar limosna a los pretendientes que, sentados a su mesa, comían su pan, bebían su vino y pretendían a su esposa. Allí Ulises es golpeado por uno de ellos, y debe vencer en lucha a otro mendigo que, receloso del recién llegado, lo desafía.

Al otro día, Ulises es reconocido por su vieja nodriza y recibe las confidencias de Penélope, quien le confía sus penas y temores, apurada por los pretendientes, que desean desposarla. El falso mendigo la consuela adelantándole que su esposo no tardará en regresar.

Al día siguiente se realiza la prueba del arco, en la que fracasan todos los participantes excepto el supuesto mendigo, es decir Ulises, el cual, ayudado por su hijo Telémaco, da muerte a todos los pretendientes y, reconocido por su esposa, vuelve a ocupar su lugar en el hogar y en el país después de veinte años de múltiples y muy variadas peripecias.


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