Traicionados por el piel roja. Viaje peligroso en una canoa


Esto bastó al cazador para comprender que el indio los había traicionado. “¡Un indio perder el camino!”, dijo despectivamente, al mismo tiempo que hacía una señal a sus camaradas, quienes se introdujeron en la espesura para apoderarse del guía. Pero éste, dando un grito salvaje, huyó rápidamente, logrando burlar a sus perseguidores.

No cabía duda de que los viajeros habían sido traicionados, y no se debía perder tiempo si no querían caer entre las manos de los crueles indios, ya que reconocieron que el guía era el jefe de los Hurones, enemigos acérrimos de los ingleses. Como la noche se acercaba, y el fuerte estaba aún lejos, Ojo de Gavilán condujo a los cuatro forasteros a la orilla del río y, entregando los caballos a sus compañeros, sacó de un escondrijo una frágil canoa de corteza de abedul, en la que los viajeros tomaron asiento con no poca dificultad, pues eran demasiada carga para la barquilla. Sólo la habilidad maravillosa del cazador que guiaba la canoa a través de las aguas alborotadas, contracorriente, podía salvarlos del peligro de ahogarse; y como aquella huida era su única esperanza de salvación, los cuatro manteníanse inmóviles, sin atreverse apenas a respirar, mientras Ojo de Gavilán, con inalterable sangre fría, la impelía adelante con diestros y fuertes golpes de su canalete. Entretanto, los dos mohicanos condujeron los caballos por dentro del agua, un trecho considerable río arriba, hasta llegar a una pequeña bóveda formada por la roca, donde no era fácil descubrirlos, porque por el agua corriente no dejaban rastro ninguno que pudiese servir a los iroqueses de pista para perseguirlos.