El cuento español del siglo XIII


Hablaba un día el conde Lucanor con su preceptor Patronio, y díjole que tenía un asunto muy penoso, acerca del cual quería consultarlo y pedirle consejo. El conde era en extremo aficionado a la caza y había introducido en ella varias mejoras: en los capirotes que para la cetrería se ponían en aquella época a los halcones, y en las traillas de los perros, entre otras varias cosas. Pero bien sabía él que las gentes se burlaban de sus aficiones, porque al hablar de los nobles héroes españoles de otros tiempos y recordar sus famosas hazañas, solían añadir: "El conde Lucanor se ha distinguido también por sus grandes hechos: ha mejorado los capirotes de los halcones y las traillas de los perros." El infeliz conde estaba cansado de oír estas irónicas alabanzas que en nada lo favorecían y deseaba poner fin a ellas.

Como respuesta a sus quejas, díjole Patronio que iba a contarle la historia del rey moro de Córdoba, cuyo nombre era Alhaquime.

Alhaquime era un rey bueno, pero indolente. Se contentaba con gobernar en paz su reino, sin hacer nada para adquirir fama en vida, o que perpetuara su memoria después de la muerte. Un día estaba ante él un músico, tocando una especie de zampona a la que son muy aficionados los árabes, y el rey pensó que el instrumento podía ganar mucho si se le abría otro agujero. Y así se hizo. Sucedió que de allí en adelante, cuando los moros querían alabar algún hecho notable, decían: "Es digno del rey Alhaquime". El rey se puso muy triste cuando llegó esto a sus oídos, porque conocía el ridículo que tales alabanzas contenían, recordando que él había abierto otro agujero en aquel instrumento músico. Pero como su corazón era bueno no quiso castigar a los burlones, sino que decidió hacer algo que le diera realmente fama, y juzgó que nada era tan digno de un rey como el terminar la mezquita de Córdoba. Puso manos a la obra y tal esplendor se dio, que en España no tuvo rival esa mezquita; la cual llegó a ser más tarde magnífica iglesia cristiana con el nombre de Santa María de Córdoba. De este modo tenía razón en decir el pueblo, cuando quería poner algo por las nubes: "Eso es digno del rey Alhaquime." Y Patronio añadió que de la misma manera podía el conde librarse del ridículo practicando acciones verdaderamente grandes, en vez de limitarse a introducir alguna mejora en los capirotes y traillas.