Jornada Segunda


En una de las calles del pueblo, cuenta Ñuño a su amo don Mendo, cómo a pesar de haber sido echado el capitán de la casa de Isabel, continúa persiguiéndola con cartas amorosas, pues la misma prohibición ha trocado el capricho de don Alvaro en violento deseo amoroso.

Rebolledo, el soldado adicto a don Alvaro, le propone que uno de los del tercio, diestro en cantar coplas, haga oír su voz de noche, al pie de la ventana de la bella, y así dé lugar a que el enamorado capitán la vea una vez más. Feliz le parece la ocurrencia a don Alvaro y la aprueba.

En el jardín de la casa cenan don Lope y Crespo en compañía de Isabel y de Inés, cuando se oyen las guitarras y coplas. Huyen las doncellas despavoridas, y espada en mano salen don Lope, Crespo y Juan, y cargan sobre los soldados.

El comisario don Lope, para poner fin a aquellos desmanes, da orden al capitán de que saque su compañía de Zalamea, y vayan a Guadalupe, pues el rey está ya para llegar.

Antes del día de la marcha, don Alvaro tenía prevenida con dádivas a una criada de Isabel, a fin de tener la dicha de hablar con su dueña. Ahora había dos enemigos menos: don Lope, que había ido a prevenir al tercio de la proximidad de Felipe II, y Juan, que con su brío e ingenio se había ganado el afecto de don Lope, el cual se lo llevaba a su servicio.

A la caída de la noche acércase sigilosamente el capitán acompañado del soldado Rebolledo, y otros soldados, y rapta a la bella Isabel a vista de su padre, que, loco de despecho y dolor, los persigue espada en mano.

El capitán esconde a Isabel entre las fragosidades del monte y los soldados atan al padre a un árbol, para que no pueda llevar aviso.


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