Maravillosa historia de un lobo gris


Unico sobreviviente de los cinco hijos del lobo tuerto y de Kiche, la loba mestiza, hizo su experiencia de la vida junto a su madre, de la que fue aprendiendo las diversas leyes que rigen la vida de los animales salvajes, la más importante de las cuales, la fundamental, es: Comer o ser comido. Cachorro aún, una mañana entró en contacto con el hombre, representado por cinco indios. Uno de ellos, Castor Gris, hermano del que fuera dueño de su madre, lo bautizó Colmillo Blanco, tomó posesión de él y de su madre y los llevó a vivir al campamento de su tribu, a orillas del río Mackenzie, donde la vida en común con los hombres y sus animales domésticos aumentó su experiencia. Allí conoció el palo, la soga, la piedra, el látigo y el supremo milagro de la flor roja: el fuego, y aprendió a comportarse con ellos temiéndolos y evitando su peligro. Tantos descubrimientos hizo que fue de sorpresa en sorpresa y terminó por considerar a los hombres como verdaderos dioses.

Colmillo Blanco aprendió rápidamente las costumbres del campamento. Conoció la injusticia y la glotonería de los perros mayores cuando se les arrojaban las raciones de carne o pescado. Vino a saber que los hombres eran más justos; las criaturas, más débiles, y las mujeres, más amables y propensas a brindarle
un pedazo de carne o un hueso. Y después de dos o tres aventuras penosas con las madres de los cachorros ya más desarrollados, tuvo la convicción de que siempre resulta una buena política dejar en paz a tales madres, apartándose de ellas tanto como fuera posible y evitándolas cuando las viera venir.