El triunfo del conquistador


Cierto rey, después de una gran victoria, decidió que se rindiesen al general victorioso tres homenajes. Decretó que se le saludase con clamorosos hurras; que entrase en la capital en un carro triunfal arrastrado por cuatro caballos blancos, y que los cautivos siguiesen al carro del triunfador con cadenas en pies y manos.

Al oír esto, el general quedó sumamente complacido; pero, llegado el momento de disfrutar de estos honores, encontróse con que el rey, para mantenerlo humillado en medio de su gloría, había dispuesto también tres clases de molestias.

En primer lugar, un esclavo debía acompañarlo cabalgando a su lado, recordándole a cada momento que el hombre más pobre y miserable podía haber llegado a la posición que ocupaba él; en segundo lugar, el esclavo le daría un golpe siempre que el pueblo lo vitoreara, a fin de tener a raya la soberbia del vencedor; y, por último, el pueblo estaba facultado para prorrumpir también, mientras el general gozaba de su triunfo, en las advertencias más severas a fin de recordarle sus flaquezas.


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