Los espejos y las lentes al servicio de la astronomía


Hay dos grupos de telescopios: los reflectores y los refractores. Vamos a dar una descripción de cada uno a fin de comprender en qué principios se basa respectivamente el funcionamiento de cada uno de ellos.

Todos sabemos que si nos situamos frente a un espejo vemos por reflexión una imagen nuestra. Para que exista tal imagen no es necesario que el espejo sea plano; por el contrario, existen espejos cóncavos y convexos que también producen imágenes de los objetos que se hallan frente a ellos, con ciertas deformaciones.

En especial, los espejos cóncavos tienen la interesante propiedad de concentrar en un punto todos los rayos de luz que llegan al mismo en forma paralela. Es evidente que si hacemos llegar sobre un espejo cóncavo los rayos de luz que provienen de una estrella, por estar ésta a una distancia enorme de la Tierra, dichos rayos de luz serán muy aproximadamente paralelos unos a otros, y entonces el espejo los concentrará formando una imagen real de la estrella, o sea una imagen que se puede recoger sobre una pantalla.

En este principio se basan los telescopios reflectores: un enorme espejo cóncavo recoge los rayos provenientes del astro que deseamos observar, y forma una imagen del mismo. Esta parte del instrumento se denomina el objetivo. Así pues, la misión del objetivo es formar una imagen del cuerpo celeste que quiere estudiarse. Aclaremos que de ninguna manera se forma una imagen ampliada del cuerpo mismo; por el contrario, esta imagen es de un tamaño mucho menor que el del objeto real.

Cuando miramos por un telescopio observamos precisamente dicha imagen. Claro que la observación no se hace directamente, sino mediante el ocular, que es un conjunto de lentes apropiadas. El ocular permite observar con claridad la imagen, y además amplía su tamaño. Los telescopios tienen varios oculares, cada uno con diferente aumento. En cada circunstancia debe elegirse el ocular cuyo aumento permite una mejor visión del astro que quiere observarse. La imagen que se observa por el ocular, como la imagen formada por el objetivo, tampoco es de mayor tamaño que el objeto real, pero en cambio es mayor que la imagen observada a simple vista; de ahí la ilusión que producen los telescopios de acercar os objetos lejanos. Hay, sin embargo, otra cuestión importante, y es la relativa a la cantidad de luz. En efecto, no debemos olvidar que a un objeto lo vemos más nítidamente cuanto mayor sea la cantidad de luz que de él nos llegue. Esto es de una importancia fundamental en la observación de los cuerpos celestes. Cuanto mayor sea el diámetro del espejo del telescopio, mayor cantidad de luz podrá recoger y concentrar en la imagen de la estrella que se observa. A su vez, cuanto menos luz se haya concentrado en la imagen, mucho menor será la nitidez de lo que observamos a través de nuestro ocular.

El telescopio reflector más poderoso construido hasta el presente es el que se halla en el Observatorio de Monte Palomar, en Estados Unidos de América. Este famoso telescopio, que lleva el nombre del primer director del Observatorio, el eminente astrónomo Jorge Hale, posee un espejo de vidrio pyrex -material casi inalterable a los cambios de temperatura-de 200 pulgadas, o sea algo más de cinco metros de diámetro. Este instrumento es capaz de captar 360.000 veces más luz que el ojo desnudo y, auxiliado por la cámara fotográfica, puede revelar los misterios de estrellas situadas a miles de años de luz. Recordemos que un año de luz es la distancia que recorre la luz, a razón de 300.000 kilómetros por segundo, durante un año.