De cómo los hombres creyeron que vivían en el medio de una esfera inmensa


Cuando miramos el firmamento nos produce el efecto de una cúpula o tazón invertido -alguien ha dicho “ese tazón invertido al que llamamos cielo”-, con todos los astros sujetos a él a la misma distancia de nuestros ojos. De esa manera nos parece que las estrellas que forman cada constelación están muy cerca unas de otras. Los antiguos creían sinceramente que las estrellas estaban enclavadas en una inmensa esfera, en el centro de la cual se hallaba la Tierra. Creían que esa cúpula, o esfera hueca, giraba arrastrando las estrellas consigo. Para explicar el movimiento de los planetas entre las constelaciones, así como el desplazamiento del Sol y de la Luna, debieron imaginar otras esferas con movimientos propios, con lo cual el Universo quedaba constituido por un mecanismo sumamente complejo. Ahora comprendemos que no es así.

Cuando dibujamos un paisaje en perspectiva, no suponemos que un hombre tenga su cabeza junto a una nube, aunque sus figuras estén realmente juntas en el cuadro. Sabemos que la nube está mucho más lejos que el hombre, aunque parecen juntos.

En un cuadro ambas figuras aparecen juntas, pues se trata de un plano que no posee profundidad material. A los antiguos les sucedió algo semejante al mirar el cielo. Les pareció que las estrellas estaban todas a igual distancia de la Tierra, sujetas en la esfera celeste, que se movía en conjunto. Ellos, a dos estrellas que veían próximas en una constelación, las consideraban también próximas entre sí, desde que ambas estaban, aparentemente, a igual distancia de la Tierra. Hoy sabemos que dos estrellas que aparecen próximas pueden estar, en realidad, muy separadas entre sí.